Q ue el día de la lejanía definitiva llegara para Julián Antonio Ramírez un 14 de abril, lo sabemos, es mera coincidencia, pero no mera anécdota. Es como si la muerte, cobarde y traidora, quisiera en esta ocasión rendir un extraño homenaje, resaltar, con valor de símbolo, que Julián Antonio -siempre, también ahora, con Adelita , voz y eco- atravesó casi toda la historia de España en el siglo XX y, aún, buena parte de la historia de Europa. Y en esa presencia de testigo enamorado de un compromiso -republicano, culto, demócrata, comunista- el 14 de abril, gozosamente -como el 18 de julio, siniestramente-, es un signo liminar, una apertura al sentido de la esperanza, de una esperanza reconocida con los ojos claros de la mejor política. En España, aquel día, se levantaba un telón: como en inmensa, compleja Barraca, las candilejas convocaban a los mejores a espabilar la ilusión, a aventar las pesadillas, a edificar las escuelas, a inundar de letras los corazones. Y allí estaba Julián Antonio. Y después, con sus laberintos y sus eclipses, la labor entusiasmó y creció hasta que el hacha fascista segó las razones. Y allí, con su juventud en tributo, con tantos otros, igual y distinto, estuvo Julián Antonio. Y desde ese alumbramiento prosiguió la lucha en los Campos crueles, en las Resistencias necesarias, en los micrófonos lejanos, en los altavoces tan próximos. Y, con aquella intacta esperanza, pero reconociendo el cambio de los tiempos, se nos devolvió un día Julián Antonio: para nuevas cimentaciones, para memorias sin nostalgia, para lecciones sin altivez. De él aprendimos significados y valores en la lucha y en la paciencia, de él aprendimos los versos y sus victorias; con el hicimos viajes; con él, a veces, disentimos, pero nos enseñó también la importancia crucial de un disentimiento que no excluye al disidente. Yo creo que Julián Antonio fue feliz. En mitad de las tribulaciones y de los tiempos negros y de los hombres negros que segaban a su alrededor el amanecer o las playas de luna llena. Fue feliz. Fue feliz y fiel en sus palabras, en su verbo que se elevaba buscando la inteligencia en el oyente. Fue feliz porque no le pudieron quitar la esperanza en transformar la Historia de la humanidad doliente. Fue feliz porque supo reconocer y señalar, con serenidad y fuerza, a los crispados en la rabia de los que anhelan, sobre todo, acrecentar, conservar sus privilegios. Fue feliz un lejano 14 de abril. Y le despediré imaginando que se ha ido en mitad de un sueño, el mismo sueño, el sueño siempre diferente, reconstruido, recitado un 14 de abril.