A unque mañana sea el aniversario de la República hoy voy a ir por otros derroteros, comunes para los de izquierda, derecha, centro y no sabe/no contesta, o sea: para cualquier hijo de vecino. Con particular incidencia en los ya talluditos, que por mor de esa circunstancia andamos una miaja tocados del ala. Y del contramuslo, la carcasa y el esqueleto entero. Porque lo de hoy va de salud. O mejor dicho de su implacable merma, en este caso ósea, que según el grado de humedad ambiente y la hora del día (las mañanas son terribles); nos hace andar como muñecos madelman, entre crujidos que anuncian el fatídico desplome definitivo.

Pero como la esperanza es lo último que se pierde, aunque en nuestro fuero interno sepamos que esto ya no tiene apaño ni en Lourdes, por si las moscas vamos a contárselo al médico. Y el médico, con encomiable vocación consoladora, nos receta una resonancia magnética. Aunque él, con mayor conocimiento de causa que nosotros sabe de sobra que, como eso sólo sirve para evaluar los daños, vamos a salir del tubico con menos expectativas de lozanía que las ruinas de Itálica, campos de soledad, mustio collado. Amén de igual de envarados que entramos, claro; en realidad, más, porque después de pasarnos una eternidad tiesos e inmóviles en una camilla dura como la piedra nos cuesta un mundo volvernos a colocar en vertical, y hasta varias horas después no logramos desenclavijarnos. Pero la ciencia es la ciencia y los aparatos están para usarlos. Y además, hay cola; a mí me recetaron la resonancia en noviembre y me llamaron hace quince días para que fuera la mañana siguiente a San Carlos. Lela debí parecerle a la señorita que me llamó porque no sabía ni de qué me estaba hablando, ¿resonancia, dice , ¿y está segura de que es a mí Pues sí, era.

Los que de ustedes hayan pasado ya por esa tesitura sabrán de lo que hablo; así que mayormente me dirijo a los neófitos que, antes o después, fijo que su médico mandará a hacerse una resonancia. Yo como primera providencia telefoneé a mi amiga Virgi que lleva quince años haciéndolas: eso está chupao, te cascas el antifaz, haces por dormirte y cuando te des cuenta estás fuera. La madre que la parió. ¡Una hora y cuarto larga! Y es que lo mío eran cervicales, columna y caderas, un completo de carcasa propiamente dicho. Bien es cierto que la Virgi me sirvió, al menos, para dejarme en el bolso la prótesis dental removible que llevo porque días antes en mi cocina, al hilo de unos vermús rojos de Monóvar, me había contado la odisea de un abuelo al que vio bracear como un poseso dentro del tubo. ¿Qué le pasa, hombre . Y él: ¡mis dientes, leches, que se me han escapao!. Y en efecto, la dentadura postiza, atraída por semejante mogollón de imanes, había salido disparada de su boca y estaba adherida al techo del tubo tal que lapa a una roca del Puerto.

Pues fíjense: yo sé que lo que se lleva es echar pestes del trato de la Sanidad, pero tengo que disentir. Porque lo que yo me encontré, si no eran tres ángeles es porque les faltaban las alas. Especialmente Inma, una dulzura rubia que es la que estuvo en contacto más directo conmigo, mientras Patricia constataba en la pantalla los embates del tiempo en mis escombros estructurales y la doctora Fátima Bermejo dirigía la función. Lo peor fue pensar en la sensación de ahogo: desde chiquitica me estuvieron acojonando en mi pueblo con historias truculentas de enterrados vivos, y eso marca. La Inma se coscó nada más entrar: piense en espacios abiertos, respire tranquila y aquí tiene el timbre por si cree que se ahoga. Ahí fue cuando la doctora susurró: pero si interrumpimos la secuencia hay que empezar otra vez desde el principio. Mano de santo, oigan: ni un milímetro me canteé y eso que me sentía peor que Povedilla, el de «Los hombres de Paco», cuando lo enterraron con el chino. Intenté pensar en los trigales de Chinchilla y en la Playa de San Juan, que es muy abierta, pero cuando empezaba a medio respirar se me ocurrió abrir un ojo y me vi el tubo encima mismo de las cejas, la Virgen, qué angustia. Así que volví a apretar los párpados (antifaz no quise, una es que es de ir por la vida a cara descubierta); y, visto que las espigas y las olas no me funcionaban, traté de concentrarme en el ritmo cambiante de los tableteos ruidosos; y eso me salvó, porque me lié a acoplar a los ruidos eslóganes de los que se vocean en las manifestaciones, y así me fui entreteniendo. Eso sí, cuando entraron la primera vez a ajustar la máquina casi me vengo abajo. ¿Ya No, queda un poco. ¿Pero no eran veinte minutos Es que son tres cosas. ¿O sea que nos quedan dos todavía Pues sí; pero la última son caderas y ya tendrá fuera la frente. Ea, alabado sea el Señor, del mal el menos.

Parecerá una tontería, pero cuando te sientes al borde de la asfixia y la gente que te rodea es comprensiva, hace chistes y te provoca la carcajada, es un alivio que no hay oro que lo pague. Así que Dios bendiga a la doctora por sus palabras cuando, al decirle yo que era pelín claustrofóbica, me sugirió imaginarme que estaba en un aparatejo de rayos Uva para ponerme divina de la muerte. Entonces sí que estuve en un tris de ahogarme. Pero de la risa.