España ya ha completado su transformación. Mecanismos ajustados, roles precisos, sistemas aprendidos, escenarios controlados y rodaje a punto. Sergio Scariolo, el Franz Kafka de la literatura de los banquillos, ha obrado ya la metamorfosis. España ya está en cuartos de final. Y llega espléndida, con la lección recitada a la perfección, convertida en lo que ha sido durante la última década, una máquina de jugar al baloncesto, un rival temible, durísimo, impecable. España ya es fiable. Como en cada gran torneo desde el Mundobásket de Japón, con el oro mundial de hace una década.

Los Juegos han vuelto a ver a esa España que llegó aún tomando el pecho, sin casi saber dar un paso sobre otro, como sin mapa ni hoja de ruta. Y ese equipo torpe, desanimado y perdido de hace sólo unos días ha necesitado dos partidos para carburar y convertirse en un huracán poderoso, preciso, implacable, capaz de arrasar con todo lo que se ponga por delante de la canasta. Scariolo ha ajustado ya su máquina. Y España vuelve a su hábitat natural, a los cruces. Llega la selección con la lección aprendida, con todo ya bien ensayado, porque lleva jugándose la vida tres partidos consecutivos. Tras sus dos derrotas iniciales -tropiezo ante Croacia en el debut y decepción ante Brasil en el segundo duelo- comenzó su particular carrera contra estos Juegos Olímpicos y superó una especie de primera eliminatoria con Nigeria. Superó el obstáculo, con alguna duda, que disipó en "dieciseisavos" de final, donde fulminó por 50 puntos a Lituania, la subcampeona de Europa. En los "octavos", esta pasada madrugada, y ante la siempre fiera Argentina, España dominó tras una mala salida (0-8) para bordar el baloncesto en minutos realmente primorosos. Era ganar o morir. Y ganó. A lo grande.

España vuelve a ser esa España reconocible de las grandes citas. Distingue los partidos, practica sin pudor la introspección, porque sabe que su principal "enemiga" es España misma: sus desconexiones, sus salidas de tono, su desidia. España pasó por encima de Argentina, que jugaba como en casa, y que cayó a plomo. A pesar de Manu Ginóbili, de Chapu Nocioni y de Luis Scola. La albiceleste nada pudo hacer ante un desatado Rudy Fernández, líder anoche de un equipo valiente, que jugó más cómodo a la carrera, que se pasó bien la bola, que vuelve a dar miedo. Sólo un dato: en los dos últimos partidos, la selección ha firmado 202 puntos, ha repartido 52 asistencias, ha capturado 85 rebotes y se ha repartido 267 puntos de valoración.

España vuelve a motivar y a iluminar. Acostumbrada a caminar sobre el peligro, ha convertido la tragedia en fiesta. Pasa como segunda de grupo, tras su aciago inicio. Un tara, eso sí, que deberá llegar consigo. El cruce en cuartos le empareja ante Francia, un rival físico, duro, con el que se ha cruzado en los últimos grandes torneos. Sin ir más lejos, el pasado verano, cuando una actuación bestial de Pau Gasol en patria gala llevó a España a la gran final del Eurobásket. No será fácil. Pero es motivador. Y a esta selección, a esta generación única e irrepetible del básket español, ya en su ocaso, en su último gran torneo, le estimulan los grandes retos. Y Francia lo es. Y después debe esperar Estados Unidos. ¿Por qué no?