Desde hace varios días y sumergidos en un largo confinamiento que empieza a pasar factura a todos, en las cúpulas de los principales partidos se había empezado a extender la preocupación por la relación de sus cargos públicos con las redes sociales. Estaban convencidos de que, al final, alguno caería en la tentación. Ya saben. Esa fascinación de una parte de nuestra clase política de todo sexo, pelaje y condición por apretar el botón de Facebook, Twitter o Instagram para airear sus mensajes en el ciberespacio. Algunas veces acertados y con vocación de servicio. Sin duda. Pero en otras ocasiones muy desafortunados. Impropios de dirigentes con sueldos por encima de la media y que tienen en sus manos la gestión de la crisis más importante de sus vidas.
Era cuestión de tiempo. Cayó uno. Y a lo grande. El episodio de Mari Carmen Sánchez, vicealcaldesa de Alicante por Ciudadanos, proclamando a través de un vídeo colgado en uno de sus perfiles que se «aburre» mientras la gran mayoría de sus convecinos sólo piensa en salir de esta como puedan, es una muestra más de la ligereza con la que muchos políticos gestionan su imagen digital. Le honran las disculpas. Pero, en medio de una catástrofe histórica, no es suficiente. A Mari Carmen Sánchez le viene muy grande este cargo y también el que ostentó como portavoz en las Cortes en la pasada legislatura. Con eso, queda dicho todo.
No hace falta más. La extensión de las redes sociales como elemento de acción política proporciona una potente herramienta de comunicación. Pero eso obliga, a su vez, a una responsabilidad máxima con lo que se transmite en perfiles públicos pero también personales. Responsabilidad. Palabra cuyo significado desconocen muchos políticos de todos los colores. Basta decir, por seguir con Ciudadanos, que Toni Cantó, el dirigente que salió a censurar a la vicealcaldesa de Alicante, es uno de los grandes especialistas metiendo la pata en internet. Algo que algunos no evitarían ni quitándoles las claves de sus perfiles. El botón les tira. Y mucho.
