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Postales del coronavirus

El Hércules tras el Covid

Tradicionalmente, el lunes es el día de la prensa deportiva. A excepción de este periodo en el que ha entrado en juego la epidemia con la pelota del coronavirus, los periódicos abren sus ediciones otorgando un papel preponderante al deporte. No se entienden los lunes sin dar cumplida información de las gestas o fracasos de los equipos de fútbol, el deporte rey, que acapara la atención. Este periódico ilustra desde tiempo inmemorial la primera página de su edición impresa con una imagen del Elche o del Hércules, independientemente de que el papel desempeñado el día anterior induzca a la alegría o a la impotencia. Por norma general, ambos clubes han discurrido más por el sendero de la lágrima que por el paraíso, si bien la realidad de hoy es bien distinta: unos miran hacia arriba y ven el cielo azul; otros siguen con los pies dentro del fango.

Hace unos días escuché que un aficionado alicantino trata de sumar adeptos a una campaña que ha puesto en marcha. Su intención es crear la peña herculana «Covid-19», en honor al factor que ha impedido el mayor descalabro de la centenaria historia del club que creó El Chepa. Pocos dudan de que a estas alturas el Hércules estaría en la cuarta categoría del fútbol español sin la aparición de la pandemia, que obligó a suspender la competición. Tal descalabro, pese a disponer de uno de los presupuestos más altos de Segunda B, coloca la gestión a un nivel de espanto jamás alcanzado.

En teoría, en las próximas horas debe conocerse un desenlace trascendente en el futuro de la entidad. Ha llegado el día en que Carmelo del Pozo, el director técnico que tiene una oferta en firme desde hace un par de semanas, debe pronunciarse. Si finalmente la descarta, entrará en escena Miguel Melgar, exjugador de Hércules y Elche, actualmente al frente de la dirección deportiva del Fuenlabrada, club al que ascendió al fútbol profesional y donde lo ha consolidado.

Ambas alternativas son buenas puesto que los dos han demostrado sobradamente su valía profesional. Sobre esa función debe colocarse, sin duda, la primera piedra para reconstruir esa casa en ruinas. Pero de nada sirve contratar al obrero más hábil si continuamente le patean el cubo con el cemento.

Meses atrás coincidí en un almuerzo con un exdirigente del Elche que compartió butaca de palco con Juan Carlos Ramírez en el club ilicitano antes de que cambiara de estadio. Con una sola frase me describió la situación y sus consecuencias: «Es imposible generar nada bueno en el fútbol profesional si continuamente entras a todos los rincones dando patadas y rompiéndolo todo».

Hoy no albergo dudas de lo atinado que resultó aquel análisis. En todo caso, creo sinceramente que el problema (y posiblemente la solución) no es Ramírez, sino Enrique Ortiz. El primero no engaña, solo recula cuando tiene miedo, pero poco después vuelve a la carga. Todo el que le conoce sabe que es incapaz de no inmiscuirse y dejar trabajar con tranquilidad. Podrá ser una fiera en otros negocios, pero ni tiene conocimientos en esta materia, ni ha sabido rodearse para aceptar consejos, ni tampoco la naturaleza le ha bendecido con el don de los buenos directivos para el deporte profesional. Y eso Ortiz lo sabe, pero le basta con que Ramírez pague parte los números rojos de la ruina que ha generado y asume el riesgo del fracaso continuado a cambio de que le cueste menos. Al fin y al cabo, siempre vio el Hércules como un medio, nunca como un fin. Ha tenido y tiene en su poder la mejor herramienta de la ciudad para edulcorar su imagen -y también para generar riqueza-, pero nunca ha sabido emplearla. Al contrario, donde podía sumar adeptos ha amontonado rechazo.

Algunos aficionados piden mi impresión acerca del futuro del Hércules. Trato de mostrar mi lado más optimista, posiblemente para no arrojar más ácido a este delicado momento en el que sobran penas y desgracias. Sin embargo, cuando me detengo a pensar, como ahora, y miro por el retrovisor, llego a la misma conclusión: Si hay solución, yo no la veo.

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