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Los héroes de la escalera

La portera del edificio La Torre de Elda ha decidido seguir trabajando, a pesar de que forma parte de un grupo de riesgo, para evitar que los vecinos mayores puedan contagiarse con el Covid-19

Paqui Rivera, la portera del edificio La Torre de Elda, fregando la escalera con agua y lejía para mantener a raya al coronavirus. ÁXEL ÁLVAREZ

La eldense Paqui Rivera Aguado no espera ningún aplauso de agradecimiento desde los balcones pero es el ejemplo de lo que muchos porteros y conserjes de las comunidades de vecinos están haciendo desde que estalló la emergencia sanitaria.

Paqui tiene 67 años, y aunque tiempo atrás tuvo problemas de salud, no ha dejado un solo día de acudir a su puesto de trabajo en el edificio La Torre de Elda como lleva haciendo desde hace veinte años. Sabe que forma parte del grupo de riesgo del Covid-19 pero también es consciente de que sus vecinos la necesitan ahora más que nunca y no puede fallarles. El presidente de la finca le dijo que se quedara en casa. «Pero yo le contesté que mientras esté bien seguiré acudiendo para ayudar en todo lo que pueda, dar un poquito de alegría a los vecinos y aportar mi granito de arena», comenta.

Tiene a su cargo los 46 pisos del céntrico inmueble y el 70% de los moradores son mayores de 65 años. Forman parte del colectivo vulnerable de la pandemia y con la intención de protegerlos Paqui se encarga de atender sus necesidades para que salgan a la calle lo menos posible. Así que la portera les compra el pan, el periódico y las revistas, recoge el butano y la correspondencia, atiende al cartero y a los repartidores, se encarga de entregarles todo lo que les llevan sus familiares y de echar las bolsas de basura al contenedor. Pero no es lo único. Cada mañana habla con los más mayores por el telefonillo interno de la comunidad para interesarse por su estado de salud y darles un poquito de conversación y mucho ánimo, «que es lo que más necesitamos ahora todos», puntualiza. Y siempre evitando tener contacto directo con ellos para preservarlos del temido contagio. «Yo les echo las cartas por debajo de la puerta y les dejo en el rellano los paquetes o las cosas que me piden que les compre. Primero les toco el timbre de la vivienda para avisarles y a continuación me voy. Y si tengo que hablar con ellos en persona me alejo cuatro o cinco metros por si acaso para prevenir al máximo», relata la conserje, que también se ha convertido en la improvisada «psicóloga» del edificio porque, con tantas semanas de confinamiento, la gente tiene más deseo que nunca de hablar con los demás. Sobre todo los que viven solos. «La moral del vecindario yo la noto de momento bien pero también me doy cuenta de que hay mucho miedo. Cada vez más. Algunos mayores ya no se atreven ni a abrir la puerta», indica con pena.

La otra gran labor que lleva a cabo a conciencia cada mañana es la limpieza de todas las zonas comunes del inmueble. Desinfecta escaleras, pasillos, rellanos, cristales, puertas, respiradores y la entrada con especial atención a las barandillas, los timbres, los picaportes y, por supuesto, el ascensor. Además, para mantener bien alejado al «bicho» ha decidido cambiar el producto que solía usar para limpiar. «Ahora empleo agua y lejía, que aunque huele un poco peor es lo que toda la vida se ha utilizado porque es lo más efectivo para matar los virus que traen las enfermedades», explica.

«Precaución sin histerias»

Respecto a la pandemia considera que «es una cosa que por desgracia nos ha tocado de vivir y tenemos que pasarla con precaución pero sin histerias». Ella acude al trabajo con sus guantes y su mascarilla desde que el Gobierno decretó el estado de alarma. «Soy precavida y todo esto me preocupa porque tengo un hijo viajando y también tengo nietas...Pero la verdad es que me preocupo por todo el mundo y por mi también», comenta con la voz quebrada por la emoción. Pero tras unos segundos de silencio se rehace y su conversación adquiere un tono enérgico: «el problema es que no somos personas responsables. Por favor que la gente haga caso a lo que dicen las autoridades sanitarias, que son las que saben lo que hay que hacer. No tenemos que confiarnos. Hay que quedarse en casa y protegerse uno mismo para proteger a los demás». Tampoco alberga muchas esperanzas de que el ser humano consiga aprender algo tras una experiencia tan insólita como trágica. «Como el mundo está como está no vamos a sacar ninguna conclusión. Nadie se acuerda ya del síndrome de las vacas locas ni de la gripe aviar. Pasaron sin pena ni gloria y con esto será lo mismo. Lo del coronavirus es ahora la novedad pero la mayoría de la gente no está centrada en las cosas realmente importantes, estamos más bien en el limbo. Ojalá me equivoque y cuando salgamos de esta pesadilla consigamos pararnos y razonar un poco sobre el futuro que queremos para el mundo», subraya.

Su altruismo es reconocido y agradecido por los vecinos pero ella le quita importancia. «Estoy haciendo lo que tengo que hacer. Lo mismo que hace el resto de conserjes y porteros», afirma. No es sanitaria, policía, agricultora, militar, cajera ni transportista pero da mucha tranquilidad a los confinados. «¿Qué haríamos sin ti Paqui?», le dice todas las mañanas uno de los vecinos cuando entra en el portal. No es un aplauso pero para ella es suficiente.

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