El fracaso en la primera votación de investidura con una pálida victoria le sirve a Pedro Sánchez de memento mori, de recuerdo de la mortalidad política que la derecha le ha asestado antes incluso de materializarse una proclamación surgida de la voluntad electoral. Véase la frase "este Gobierno será su epitafio político", con los mejores deseos de Pablo Casado. La derrota parcial le servirá al presidente del Gobierno de correctivo y de precedente, porque a lo largo o lo corto de la legislatura estará siempre más cerca de las iniciativas frustradas que de las satisfechas.

El ceremonial de investidura sobresale por previsible. En medio del ruido de la sesión dominical, el corrimiento de votos que ha propiciado el fin de semana es inferior a un uno por ciento. Sin embargo, Casado se ha ganado el protagonismo excéntrico del debate, al elevar la temperatura del Congreso por encima del punto de ebullición. Sin reparar en que vota lo mismo que Puigdemont, ya que le obsesiona la abstención de Bildu frente a Sánchez.

Casado ha hablado con tono y referencias continuas de tertuliano, bajo el sonsonete de un mitin electoral plagado de cuchufletas, "lo de asaltar los cielos debía ser por el Falcon". Al deslizarse de la caricatura del rival al ultraje, el presidente del PP pretende disimular que necesita destilar la rabia de su doble fracaso como candidato en un año.

Sánchez se rehabilitó en Salvados y Casado ha abusado en Navidades del discurso habitual en un plató de Sálvame. Puede funcionarle, ese programa posee una audiencia notable a captar. Ahora bien, el candidato y el antagonista se dedican a la misma actividad y en términos idénticos, así que los insultos del jefe de la oposición adquieren un efecto bumerán.

Es la primera vez que la respuesta a la exposición del candidato a la investidura es la promesa de una querella por prevaricación, anunciada por Casado contra Sánchez. La apelación a los tribunales es otro clásico de Sálvame, entre contertulios que ponen el grito en el cielo como el presidente del PP y a continuación percibirán sus ingresos de la misma fuente.

A falta de derrotarle en las urnas, la ya rutinaria solución penal y la sarta de insultos hacia el presidente del Gobierno suena a solución extrema. La procacidad y el tremendismo no camuflan la ausencia de menciones al reparto de escaños. El presidente del PP bordea el cinismo al exigirle a Sánchez que busque apoyos distintos a los que ha conseguido, desde un partido que le niega radicalmente su abstención.

Los populares han bramado contra Bildu por llamar "autoritario" al Rey, alegando una desconsideración institucional que no se aplican respecto a la presidencia del Gobierno emanada del voto. Ambas descalificaciones son perfectamente aceptables, la elasticidad de la democracia sigue sorprendiendo a sus principales beneficiarios. El PP ha de decidir si le conviene erigirse en la imagen especular de Bildu, según exige el reglamento de Sálvame.

Sánchez y Casado son socios antes que competidores. En una actividad más importante, Sergio Ramos quiere derrotar a Piqué, pero no acabar con su rival porque es consciente de que lo necesita. Se alegará que todo el mundo sabe que los futbolistas son más inteligentes que los políticos, por lo que han desarrollado un agudo instinto de preservación.

Casado se resiste a conceder las elecciones, a reconocer el triunfo de un rival socialista que ha migrado de la desidia a la ansiedad por consolidarse en La Moncloa. La confesión de que Sánchez "echó a Rajoy" es una coz del presidente del PP a su predecesor. La furia atropellada por la derrota impulsa a errores numéricos, como reprochar al líder socialista que "ya perdió el referéndum de las elecciones". Curioso recuento de votos, cuando el PP se halla a más de treinta diputados del PSOE.

A Sánchez le bastó con evocar "los resultados electorales" de 2019 para desarticular la maquinaria bélica de Casado, que no identificó ni una sola carencia o error propio. La multiplicación de partidos amortigua el efecto que lograba el discurso de la oposición en el bipartidismo, además de fraccionar su impacto en el seno de la propia derecha.

De hecho, cuesta distinguir si una descalificación concreta de Sánchez surgió de PP, Vox o Ciudadanos. No hay matices, se respeta a rajatabla el reglamento de Sálvame. A excepción de la palabra "infamia", registrada por Arrimadas y que es capaz de localizarla en el más insólito rincón de España. Cuesta entender que ame tanto a un país que tacha sin cesar de infame, tal vez porque no le vota lo suficiente. Esta agónica carencia de escaños le obliga a exigir el transfuguismo de los diputados socialistas, elegidos precisamente para no votar a Ciudadanos.