España no va a ser un país de sosiego institucional en los próximos años. La primera sesión de investidura de 2020 en la que Pedro Sánchez aspira a ser presidente, arrastrando a un satisfecho Pablo Iglesias a una coalición y contando con las espinosas bendiciones de ERC, lo dejó claro. "Si no hay mesa [de diálogo sobre Cataluña] no habrá legislatura", espetó Gabriel Rufián, tras confirmarse que ERC mantendrá su abstención para la segunda votación del martes, en la que basta mayoría simple para hacerse con la presidencia.

Más allá de las dudas de última hora por la decisión de la Junta Electoral Central (JEC) de inhabilitar a Quim Torra y a Oriol Junqueras, los republicanos blindaron su voto. Protegieron su pacto con los socialistas pese a los dardos de JxCAT, que impulsó este sábado un Pleno en el Parlament para debatir sobre quiénes son o no competentes para tumbar a su president. Y, de paso, incomodar a republicanos y al PSC, que han tomado protagonismo con un acuerdo para apuntalar a Sánchez que deja en segunda fila a los exconvergentes. Tensión en Barcelona y crispación en Madrid, en el hemiciclo y en las calles: 15.000 personas se manifestaron por la unidad. Y habrá más.

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Constitución y tila

En el Pleno sobre la investidura, mucha agitación. Discos solicitados por grupos parlamentarios-amigos del aspirante, pero con incómodas dedicatorias: Iglesias cargó contra los "ultras" del PPy los "ultras-ultras" de Vox -los populares solicitaron un 155 por desobediencia y los voxistas la detención de Torra- asumiendo que su coalición tendrá serios enemigos, pero haciendo guiños también a los «presos» y a los «exiliados» de Cataluña. A partir de ahí, cariños a su futuro jefe y olvido de viejas rencillas. Eso fue mutuo. «Pedro, será un honor caminar con vosotros... ¡sí se puede! ¡adelante, presidente!».

Ni que decir tiene que la intervención del líder morado, que terminó fundiéndose en (otro) abrazo con Sánchez, no ayudó a calmar los ánimos de la excitadísima bancada de las derechas, que regresó a los discursos-dóberman, aquellos tan en boga en los 90. Tela. Y mucha tila, según recomendó a los conservadores el diputado de Compromís, Joan Baldoví, exhibiendo una bolsita desde la tribuna. La misma tribuna en la que Sánchez defendió su «ilusión» por reeditar su presidencia con actitud guerrera y dialéctica de izquierdas, augurando que PSOE y Podemos sabrán surfear entra tanta dificultad y demostrar, dentro de cuatro años, que son la izquierda que «pudo y supo» gobernar España.

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Aseguró que salvarán los servicios públicos esenciales de las garras de los mercados y colocarán el «coflicto político» en Cataluña en el foco, a fin de encontrar una solución que, dijo, será votada por los catalanes y respetará los márgenes de la Constitución. La alusión específica a la Carta Magna, pese a que no está como tal en el documento firmado con ERC, salió a colación varias veces en las intervenciones de Sánchez. «España no se va a romper, ni la Constitución. Lo único que se romperá aquí será el bloqueo político», enfatizó el líder del PSOE.

Vaivenes y el papel de Cs

Sánchez no dio un paso atrás en su defensa del diálogo y su rechazo a la judicialización de la crisis. El PNV, que apoya su investidura, se felicitó por ello. Otros le afearon sus vaivenes con respecto al independentismo. Un buen puñado de portavoces, incluida Laura Borràs, de JxCAT, le recordó que, no hace tanto, se negaba a depender de los soberanistas. Es más: El Partido Regionalista de Cantabria (PRC) confirmó que votará «no» tras conocer la letra pequeña del pacto con ERC y la canaria Ana Oramas desobedecerá a su partido y rechazará la investidura de Sánchez. El aspirante socialista aconsejó repensar posiciones aunque, de momento, dan los números.

Crítica pero más serena que PP y Vox se mostró Ines Arrimadas, que acusó al PSOE de engañar a sus votantes para cometer una «infamia» junto a los republicanos. Sánchez le instó a dar un giro al centro y ser «útil» para no difuminar más Ciudadanos. Y que no desaparezca. Este domingo, más.

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