El playoff de la presidencia del Congreso, ganado con holgura por el PSOE tras una victoria más apretada de lo que esperaba en la Liga regular de las elecciones, apunta a una investidura de Pedro Sánchez. No existe equivalencia posible entre la mullida presidencia de la cámara y los sobresaltos continuos para instalarse en La Moncloa, pero la socialista catalana Meritxell Batet repitió en el cargo con una docena de votos al margen de su partido y de Podemos.

Los apoyos nacionalistas, regionalistas o posibilistas que han complementado los 155 diputados que suman PSOE y Podemos, serían suficientes para investir a Sánchez. Siempre y cuando los partidos díscolos, que se han alineado en el estentóreo voto nulo, permanezcan instalados en la galaxia abstencionista que rebaja la mayoría necesaria.

Todo transcurrió según el guion predeterminado a favor de Sánchez. Y si los votos nulos de ERC, JxCat, Bildu o BNG pueden torpedear la investidura del único aspirante posible, hay gestos en paralelo que avalan su automarginación permisiva. Por ejemplo, el detalle de que Esquerra haya reforzado la candidatura de Podemos a la vicepresidencia de la cámara, para catapultar al partido de Pablo Iglesias muy por encima de la cosecha de votos de Vox. Este respaldo solo puede interpretarse como un síntoma de aval a uno de los vértices de la investidura.

Además, la presentación de los diputados sirve para visualizar que la derecha tiene sus propios problemas, camuflados bajo la ansiedad de Sánchez. La segunda votación de Ana Pastor queda por debajo de las fuerzas aliadas de PP, Navarra Suma y Vox. Si la disciplina se rompe en votaciones insustanciales, la discrepancia puede acrecentarse en asuntos medulares. Y dentro del secreto que ampara al voto, las abstenciones coinciden casi milimétricamente con los escuálidos resultados de Ciudadanos. No se han desplazado hacia el PSOE, pero tampoco han fortalecido la candidatura popular derrotada de antemano. Los supervivientes anaranjados están indignados con sus dos vecinos. Y viceversa.

Desde su escaño climático, Sánchez sale fortalecido de la constitución del Congreso sin pronunciar palabra. O gracias a que no ha pronunciado palabra. En el fondo, ningún partido desea unas terceras elecciones, y las propuestas quiméricas de destronar al candidato socialista implicarían el paso previo de exigir responsabilidades a un Pablo Casado que cuenta sus candidaturas por abultadas derrotas. Y repasando la algarabía de las juras, ¿quién desearía el trabajo que le espera al presidente del Gobierno?

El Senado también existe, y donde el PSOE se jacta de que por primera vez ambas cámaras estarán presididas por sendas mujeres, omite que en la Alta ha sido preciso liquidar previamente al catedrático Manuel Cruz.

Copiar fragmentos enteros sin citar la procedencia le ha salido caro al filósofo, pese a que fue absuelto por la ley del silencio corporativo de los creadores de opinión progresistas.

Se ha magnificado la solemne petición de perdón del ya legendario diputado burgalés Agustín Mazarrón, avergonzado por la segunda constitución del Congreso en un mismo año. De nuevo, la admiración olvida que solo uno de los 350 representantes considera que lo ocurrido insulta al "único soberano". Que no es el Rey, el Presidente ni el Supremo, sino "el pueblo" según se encargó de señalar el congresista barbado.

Las emociones han dado paso a las matemáticas. La clave numérica se ha debatido en tres ecuaciones. Primero, la identidad de la presidenta del Congreso, set para el PSOE. Segundo, la mayoría de izquierdas en la mesa del Parlamento, set para el PSOE por un imprevisto seis a tres. Y tercero, la identidad de la primera vicepresidencia, set y partido para el PSOE. Los tres resultados sonríen a Sánchez. Sin olvidar el regalo de Navidad a Vox, que alcanza la mayoría de edad parlamentaria con un representante en la cúpula legislativa. Todos los partidos se verán obligados a negociar, que es inclinar la cabeza, con la ultraderecha moderada. El cacareado cordón sanitario de la izquierda exigía arriesgar la vicepresidencia primera, rendición inaugural ante la eviedencia de que 52 diputados inflan un músculo sobresaliente.

Los ciudadanos que comparten la pasión política con la incapacidad absoluta de entender los mecanismos de elección de las cuatro vicepresidencias y otras tantas secretarías, no deben sentirse especialmente acomplejados. Esta carencia numérica se contagia a Teodoro García Egea, nada menos que secretario general del PP. En un tuit que desnuda su analfabetismo numérico, dividía los 350 diputados por cuatro para determinar el número que garantiza un puesto en la cima.

En realidad, la división es entre cinco, cociente que garantiza el ingreso en el cuarteto porque no hay otros cuatro rivales que puedan superar esa marca. No es de extrañar que la derecha haya perdido un puesto en la mesa respecto a los cuatro anunciados.