Celia Villalobos dice adiós. Lo ha hecho desde un plató de televisión, que es donde ha encontrado su principal refugio en los últimos años. Si no me quieren escuchar en mi partido, al menos, que me sientan en la caja cuadrada. Villalobos había sido el cuerpo del poder durante décadas. Ahora ya es sólo cuerpo de audiencias. La política malagueña era una sentida eternidad en sí misma. Pero, como pasa en las películas en blanco y negro, a los inmortales también les llega su momento. Villalobos, como lo hacen las personas que atesoran cierto carácter, prefirió ajusticiarse ella misma. Antes de que lo hicieran las figuras chinescas en los despachos.

En su harakiri político dejó varias frases. Pero si hubiera que elegir una, aquí está la que le llevó al cadalso: "Yo creía que él no era de extrema derecha, pero sí lo son muchos de quienes le rodean y le han dado su apoyo". En referencia a Pablo Casado. Villalobos apostó descaradamente por Soraya Sáenz de Santamaría. Si las voces en el PP de Málaga ya le auguraban pocas perspectivas, la ascensión al trono de Casado acabó por enterrarlas del todo. El aperitivo le llegó con la defenstración de su madrido. Pedro Arriola, gurú y principal estratega del partido con Mariano Rajoy, fue cortado por la nueva dirección del PP sin contemplaciones. Ni un gracias por los servicios prestados.

En el baúl quedan ahora muchos recuerdos. Una carrera política tan longeva como variada en cuanto a cargos ocupados. Más de 30 años cobrando salarios públicos y una jugosa jubilación garantizada: eurodiputada, alcaldesa de Málaga, ministra, presidenta del Congreso, diputada rasa. Nunca dejando indiferente a nadie. Siempre polarizando. Suena a tópico, pero es así. Dentro y fuera de su partido. Para resumen, otra frase que ahora queda ya a modo de órdago para los suyos: "Tengo ya cerca de 70 años y estoy esperando a que haya un joven más progresista que yo en el Partido Popular". Defensora del aborto y del matrimonio gay, ha sido muchas veces la voz disonante dentro del coro conservador. No tuvo reparos en romper la sagrada disciplina de voto. Si ya es poco común en los partidos de izquierdas, en el PP es considerado un auténtico sacrilegio. A ella le dio igual.

Pero Villalobos también son sus formas. Una auténtica pesadilla para los intelectuales. Embarazosa por momentos, jugando al Candy Crush. Cortante con el adversario. Y desagradable, cuando hizo famoso a su chófer Manolo. Muchos se raspaban con ella y en el PP de Málaga había cada vez menos personas que la defendían abiertamente. En sus momentos más álgidos, era un flanco imposible de atacar. Como una figura de hierro fundido quedará la fotografía tomada desde su ático en plena Plaza del Obispo, con vistas directas a la Catedral de Málaga. Su última aparición pública en Málaga, fue durante el entierro del socialista Eduardo Martín Toval. El último adiós a un enemigo político, con el que Villalobos sí demostró que se pueden llegar a acuerdos por encima de las ideologías, si es que hay voluntad para ello.

Inhabilitada ya por su propio partido, se ha impuesto la realidad por encima de la creencia legítima, aunque dudosa, del derecho a la permanencia eterna en el cargo. Y más, en su caso, cuando parece que hace tiempo que ya dio todo lo que tenía que ofrecer. Para bien y para mal. Su adiós también deja otro matiz importante. Nadie en el PP de Málaga, al menos entre los actuales líderes, volverá a pronunciar abiertamente el discurso de Villalobos en cuanto al aborto y a la libertad para confeccionar una familia como a cada uno le venga en gana. Al menos, mientras que Casado tenga mando en plaza. Aunque en los fueros internos es compartido y aplaudido encomiásticamente por gran parte de la cúpula provincial del partido.