En las primeras elecciones con Pedro Sánchez en La Moncloa, el PSOE obtiene una victoria pírrica. Llega primero, pero queda arrasado por el ataque combinado de todas las derechas imaginables. Susana Díaz fue rechazada por su partido a escala estatal, y ahora por sus conciudadanos en el ámbito regional. Su mayoría residual en cuanto estéril puede atribuirse a la tracción de cuatro décadas de socialismo. Resulta inverosímil imaginar que la suma de los partidos conservadores desperdicie la toma de una comunidad que no ha cambiado de color a lo largo de la transición.

Todos pierden excepto Vox, y todos hablan del partido de ultraderecha moderada. Si saliendo de cero ha arrancado una docena de diputados que lo sitúa en el rango de dobles dígitos de las formaciones más caras, puede plantearse en propiedad el asalto a La Moncloa. Y el ocupante provisional del palacio está obligado a someterse al pulso electoral, visto el seísmo andaluz. Pedro Sánchez ha perdido el mínimo atisbo de respaldo social. Toca convocar.

Se preveía que el PSOE saldría magullado de Andalucía, pero nadie avanzó la magnitud de un malestar que en Francia estalla con los chalecos amarillos, y en España se canaliza por fortuna de momento a través del voto. Díaz no solo ingresa en el martirologio con sus maneras de Verónica. Condenada al confinamiento andaluz, produce escalofríos que alguien la imaginara presidenta del Gobierno. Si la derecha no estuviera fraccionada en tres mitades, habría barrido a la actual presidenta sin necesidad de pactos.

Conviene remarcar que el auge de Vox expulsa al PSOE del poder andaluz, pero se produce a costa de mermar la cosecha de PP y de Ciudadanos. Cualquier resultado parece excesivo para candidatos de la endeblez de Moreno Bonilla o el circunspecto Marín. Sin embargo, tampoco Abascal puede compararse al brío parafascista de Le Pen o Salvini.

El estallido de la derecha

Los populares han adquirido notable maestría en disimular su declive, olvidando que en fecha tan reciente como 2012 aventajaron al PSOE en votos andaluces. Se necesita valor para centrarse en el peor resultado histórico de los socialistas, sin añadir que el partido monolítico de la derecha ha estallado en tres pedazos.

La única y frágil esperanza del PSOE consiste en que Ciudadanos perciba que su lanzamiento ha sido frenado en seco por el impertinente Vox. La formación de Albert Rivera encabezaba las encuestas del CIS hace medio año, ahora se ve de nuevo reducida a muleta de una derecha trepidante. El asalto frustrado en Andalucía, donde queda relegada al tercer puesto, debe plantear algún problema de liderazgo tras la condición de fuerza más votada en las mucho más complicadas elecciones catala

Podemos se ha garantizado un audiencia fiel pero limitada, su mayor pecado consiste en que se diera por hecho que iba a servir de excusa a Susana Díaz. Un partido que se suma a los cambalaches del Consejo General del Poder Judicial no puede presumir después de antisistema. Rivera anunció en campaña que si había una mínima posibilidad de cambio, se produciría. Si Sánchez se plantea invertir la ecuación ominosa para su partido, ha de negociar con dos personas a las que odia profundamente. Rivera y Susana Díaz, no necesariamente por este orden.