El polideportivo Miquel Àngel Nadal sirvió de refugio para un centenar de damnificados por la peor catástrofe natural que ha sufrido MallorcaHubo mantas, comida y un colchón para aliviar a quienes habían perdido sus casas, temían por la vida de amigos y familiares o no querían seguir conduciendo bajo un aguacero.

Javier Martínez logró robarle algunas horas al sueño en el pabellón pese a haber dejado atrás una vivienda completamente arrasada. “Me pilló la tormenta en mi casa, en Sant Llorenç. Se inundó todo, el agua también se llevó los coches y ahora ya no tengo nada. La Guardia Civil me ayudó a salir. El pueblo estaba todo lleno de barro, fue un desastre”, manifestó Martínez con rostro cansado tras una noche casi en vela.

“He dormido un poco. Ahora estoy esperando a que vengan a recogerme unos amigos para llevarme a mi casa, pero ya sé que no encontraré nada. No hay ni puerta, está todo abierto y lleno de lodo. El agua alcanzó una altura de dos metros”, evocó Martínez.

También Manuel Torrescusa optó por pasar la noche en el polideportivo manacorí. Su vivienda no sufrió los embates de la tormenta, pero el aguacero, que le sorprendió en pleno trayecto entre Sant Llorenç y Manacor, le obligó a nadar para salvar la vida.

“La tormenta me arrastró el coche unos doscientos metros, hasta que pude salir nadando otros quinientos metros. Recuerdo que me enganché el polo con una rejilla, lo dejé allí y seguí nadando. Entré por la parte trasera de una casa, y por suerte me atendieron muy bien y me dieron ropa seca”, recordó Torrescusa tras una larga noche.

El ayuntamiento de Manacor, Cruz Roja y varios particulares aportaron comida, mantas y colchones. El consistorio calcula que unas 120 personas afectadas pasaron en algún momento de la noche por las instalaciones deportivas, aunque solo medio centenar pasó allí toda la noche.

“Fue terrible, pudimos morir dentro del coche”. Pedro Femenias relata cómo se salvaron él y su mujer ‘in extremis’ cuando el agua ya cubría buena parte de su vehículo. “Veníamos de trabajar, aparcamos justo delante de casa, pero llovía muy fuerte y decidimos esperar dentro del vehículo. No pasaron ni dos minutos cuando el agua levantó el coche y una ola nos arrastró. Nos llevó calle abajo, como un canal. Había dos coches más con gente que también los arrastró la corriente. Se hizo un tapón con todos los vehículos amontonados. El agua nos llegaba hasta el pecho, salimos como pudimos”, relata el vecino mientras traslada su motocicleta por la calle Ordinas, una de las más golpeadas por la tromba donde falleció un hombre mayor, Bernat. “Abrí la puerta del coche de una patada y luego salimos saltando por encima de los automóviles. Otros cinco ocupantes pudieron escapar y nos refugiamos en una buhardilla en la casa de un vecino”, detalla Femenias.

Redu estuvo buscando el coche de su primo ayer durante horas. Parecía que la tierra se lo hubiera tragado. “Lo dejé aparcado en el centro de Sant Llorenç el martes por la tarde. Empezó a llover muy fuerte y no pudimos salir de casa. Vi cómo el agua lo arrastraba. Es un Seat León negro. También vi muchos otros coches que se los llevaba el agua. Aún no lo he encontrado”, aseguraba ayer con gesto de preocupación. Un grupo de allegados le acompañaba en la búsqueda. “Hemos buscado por todo. También mis amigos han perdido sus vehículos. Es un desastre”, aseguraba el joven. El grupo de muchachos se dirigió a la salida del pueblo, junto al cauce del torrente desbordado, donde se acumulaban un sinfín de piedras. Con la ayuda de la Guardia Civil, una retroexcavadora y Protección Civil, desenterraron un automóvil volcado del que solo se veían las cuatro ruedas. Cuando la máquina alzó el coche, Redu comprobó que era el de su primo. “Lo acabamos de encontrar aquí enterrado”, indicó. La tierra se lo había tragado.

Dos caras de la misma moneda. Pasqual Soler ha perdido su taller de tapicería en Sant Llorenç. “No he podido salvar nada. Mi furgoneta está en el torrente. Tengo un sótano de 186 metros cuadrados completamente inundado con tres metros de agua. Allí almacenaba sillas, cojines, espumas, cortinas... Todo eso lo he perdido. Tenía unas cincuenta o sesenta sillas de material bueno que están destrozadas. He perdido 200.000 euros en género. Todo está inundado. Y el taller, en la planta baja, también ha sufrido graves daños”, se lamenta Soler, de la tapicería Cortiart. “Veinticinco años de trabajo para nada”, recalca apesadumbrado. El local está lleno de lodo. “Cuando cayó la tromba de agua yo estaba en medio del pueblo. El agua me arrastraba”, recuerda. La nota positiva es su perro. “Duna se ha salvado, es un milagro. Estuvo dos o tres horas nadando con más de un metro de agua y barro en el garaje. Cuando llegué a casa vi que se había salvado”, apunta.

“Cuando empezaba a llover fuerte salí un momento de casa a la esquina para mover el coche, pero ya no pude entrar en el vehículo. De repente, vi varios coches arrastrados por el agua que bajaban por la calle tumbándose. La gente gritaba. Sacamos a dos hombres de dos coches atados con una cuerda. Incluso atados, la fuerza del agua se los llevaba”. José Flaquer, con los ojos vidriosos, recuerda todavía impactado la tremenda riada del martes por la noche en Sant Llorenç. “He estado hasta las cinco y media de la mañana ayudando a otros vecinos del pueblo. Cogí un gato y otras herramientas y eché una mano en lo que pude. Se miraron todos los coches por dentro. No se sabía por la noche si había más gente atrapada en los vehículos”, relata angustiado. “Había muchos escombros y árboles que la corriente arrastró. Nosotros vivimos en un primer piso y el agua subió más de un metro, se quedó en las escaleras”, añade el hombre, junto a sus familiares.