Cuando apenas quedan 48 horas para que se celebren unas elecciones que enconarán aún más la relación entre Cataluña y España sin resolver el conflicto, los focos de Madrid señalan a Artur Mas, presidente de la Generalitat y número uno de Convergència Democràtica, como el objetivo contra el que apuntar en Junts pel Sí, la candidatura unitaria de los principales partidos y entidades soberanistas. Craso error. Mas es la cara visible por su papel institucional. Y también la más fácil de atacar por los casos de corrupción del «pujolismo», del que el hasta ahora presidente catalán es su último vestigio. Pero el que está amoldando la estrategia -perfilada desde hace un lustro- a su ideario político no es otro que Oriol Junqueras (Sant Andreu de Palomar, 1969), líder de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), una fuerza política histórica, firme defensora del proceso independentista y heredera, entre otros, de presidentes como Lluís Companys, Francesc Macià o Josep Tarradellas.

Licenciado en Historia Moderna y Contemporánea y doctorado en Historia del Pensamiento Económico por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), Oriol Junqueras es un político con una sólida formación intelectual, de tono medido y amable, católico, muy astuto y empeñado -esa es la clave que nadie está viendo en Madrid- en que el mensaje independentista se acabe convirtiendo en «transversal» para ensanchar su base e intentar convertirse en mayoritario. Y lo ha hecho desde el principio de su periplo. Era consciente de que dirigiendo ese discurso sólo a los colectivos clásicos del soberanismo catalán le hubiera sido imposible llegar a un escenario como el actual: unas elecciones en las que se está jugando que haya una mayoría en el parlamento catalán dispuesta -otra cosa es que lo vaya a hacer de inmediato- a proclamar la independencia.

Para comprender la filosofía de Junqueras y su apuesta por Junts pel Sí -diluyendo las siglas de ERC- hay que repasar el recorrido de esta «rara avis» de la escena catalana. Al revés de una clase política que sueña con vegetar durante los últimos años de su carrera con un sillón en Bruselas, el ahora líder de Esquerra empezó, cosas del destino, en el Parlamento Europeo cuando obtuvo un escaño en las elecciones de 2009. Allí coincidió con el hoy ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, entonces eurodiputado del PP y con el que ha protagonizado un debate en plena campaña, un gesto al que, quizá, otros miembros del Gobierno se tenían que haber sumado para frenar a los independentistas. Y, sobre todo, entabló relación con Raül Romeva, en esto momento europarlamentario de Iniciativa per Catalunya y hoy cabeza de lista de Junts pel Sí para el 27-S. Junqueras y Romeva, avalado por un excelente trabajo en Europa durante 10 años como reconocen a un lado y a otro, compartían los bancos de la Alianza Libre de Europa-Verdes, una amalgama en la que conviven grupos nacionalistas de izquierdas como los independentistas escoceses con ecologistas alemanes o franceses y en el que ahora, por ejemplo, también se integra el eurodiputado de Compromís, Jordi Sebastià.

Del paso por Europa -cedió el escaño en 2012 al BNG en función de la rotación pactada en la candidatura-, a Oriol Junqueras le quedaron esos contactos y un horizonte en su ideario político: el espacio soberanista catalán sólo podría hacerse cada vez más grande si agrupaba desde la izquierda a la derecha. Lo aplicó de inmediato. En las elecciones locales de 2011 se presentó como alcaldable de ERC en Sant Vicenç dels Horts, el municipio en el que reside. No logró mayoría absoluta pero resultó elegido primer edil con una coalición en la que sumó, junto a sus concejales republicanos, a los ediles de Iniciativa per Catalunya y a los de Convergència i Unió. No se trata de un gesto menor encorsetado a un pacto municipal. Sant Vicenç dels Horts es una localidad de unos 30.000 habitantes, con mayoría castellano-parlante y ubicada en el Baix Llobregat, en el cinturón urbano de la ciudad de Barcelona. Una pica en flandes.

El Baix Llobregat siempre ha sido la trinchera que frenaba a los independentistas. Una comarca con un enorme peso de población inmigrante de otras regiones de España en la que los socialistas camparon durante décadas a sus anchas con alcaldes como Celestino Corbacho en l'Hospitalet de Llobregat o el propio José Montilla en Cornellà, cabezas visibles de los llamados «capitanes» que durante años controlaron el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) frente al «alma catalanista» que encarnaban Pasqual Maragall o el alcalde de Girona, Joaquim Nadal, un grupo que en su inmensa mayoría ya está fuera del PSC e, incluso, en algún caso como la exconsellera Marina Gelí, integrados en las listas de Junts pel Sí para los comicios del próximo domingo.

Con escaño todavía en Bruselas y con una alcaldía de «consenso« en el Baix Llobregat, Oriol Junqueras apareció como el único referente capaz de hacerse con las riendas de ERC tras las municipales de 2011, en las que la formación sufrió una gran debacle electoral. En septiembre de ese año se hizo con el mando del partido sustituyendo a Joan Puigcercós, el último superviviente de la ERC que aún pagaba la factura de los «tripartitos» de izquierda liderados por el PSC. A finales de 2012, ya con las entidades soberanistas como la Asamblea Nacional de Catalunya impulsando grandes manifestaciones en la calle a favor del derecho a decidir, Junqueras lideró la lista de ERC en las elecciones catalanas. En un momento clave para entender la actual situación de crisis y desconcierto del PSC, los republicanos, cuando se enfilaba el 90% del escrutinio, consiguieron rebasar en número de escaños a los socialistas, que dejaban de ser la referencia de la izquierda y ya no tenían un espacio central que defender. El debate se polarizó entre los soberanistas y los que no lo son -el fenómeno Ciudadanos sólo se puede entender en Cataluña desde esa dicotomía- sin hueco para las medias tintas.

El resultado le concedió a Junqueras, a la vez, la posibilidad de condicionar al gobierno de Artur Mas, en retroceso y que se había quedado a 18 escaños de la mayoría absoluta. Y de liderar la oposición. En su intervención ante el Consell Nacional de ERC, defendió entrar en el Gobierno con CiU sólo si Iniciativa per Catalunya -herederos del histórico Partit Socialista Unificat de Catalunya- también se sumaba, en una operación similar a la que ya estaba ensayando en su municipio. O condicionar a CiU, la opción que finalmente salió adelante, desde la oposición sin asumir el desgaste de los recortes y la corrupción. «Lo hacemos -dijo Junqueras- porque nuestro objetivo es la independencia. Nosotros no tenemos mayoría pero con CiU sí». Artur Mas estaba en sus manos.

Para reclamar, en primera instancia el referéndum, sin embargo, los soberanistas sí sumaron a Iniciativa, que luego se desmarcó; y a las Candidatura d'Unitat Popular (CUP), un Podemos a la catalana -el discurso de Pablo Iglesias ya estaba inventado- que hizo el trabajo, al revés que los podemitas, desde abajo. Durante 25 años se fajó en la calle y en los municipios para crear base antes de dar el salto a las autonómicas. La diferencia es que la CUP va al alza y Podemos -disfrazada con la marca Catalunya Sí que es Pot, controlada desde Iniciativa- está a día de hoy en caída libre en toda España. El rechazo a la consulta llevó el proceso a un callejón sin salida: continuaron las manifestaciones con el soberanismo movilizado al tiempo que la incomunicación entre Madrid y Barcelona crecía.

No quedaba otra solución que anticipar estas elecciones y Oriol Junqueras forzó la máquina para que Artur Mas, entre presiones que al final provocaron la ruptura con Unió Democràtica de Catalunya, cediera. Así nació Junts pel Sí. Pero era necesario visualizar que esa lista era más que una simple coalición entre ERC y Convergència. La obsesión de Junqueras de ensanchar todo lo posible la base del soberanismo. Junts pel Sí integró a entidades como la Asamblea Nacional de Catalunya y Omnium pero faltaba darle pluralidad a la lista con políticos de todo el espectro. Y recuperó a Romeva, para intentar atraer a votantes soberanistas descontentos del pacto entre Iniciativa y Podemos y, de paso, lanzar un mensaje de integración a los catalanes que nacieron en otras zonas de España. Raül Romeva se crió en Madrid hasta los nueve años cuando se trasladó a Cataluña.

A Oriol Junqueras no le importó demasiado que Artur Mas pusiera la condición de que, llegado el momento, será el candidato a la Generalitat en la sesión de investidura. El líder de ERC sabe que la carrera política de Mas está en el alambre. Tiene muchos frentes abiertos. Los casos de corrupción que azotan a Convergència y que podrían acabar salpicándole. La línea política de una cúpula que ya no apuesta por el pactismo con Madrid sino que está controlada por dirigentes -Josep Rull es un buen ejemplo- criados en la Joventut Nacionalista de Catalunya y que plantaron cara a Jordi Pujol -mentor junto a su esposa Marta Ferrussola de Mas- en la segunda mitad de los 90 cuando puso sobre la mesa el «encaje» en España para «vender» los pactos con Aznar. Y las propias elecciones del domingo. En el caso de que Junts pel Sí no logre mayoría absoluta -ningún experto demoscópico la vaticina- y necesite de los votos de la CUP, la primera condición será la cabeza de Artur Mas. Antes o después, pase lo que pase, la figura de Oriol Junqueras crecerá todavía más. Al tiempo.