Una semana después de los terremotos que han devastado Lorca y han causado nueve muertos, 300 heridos y daños en el 80 por ciento de viviendas, monumentos e infraestructuras públicas y privadas, todas las heridas siguen abiertas en una ciudad acongojada, preocupada y arruinada.

Junto a los daños materiales, que las autoridades cifran en más de 650 millones de euros, está el incalculable drama de los miles de damnificados por la tragedia, sumidos en una situación de duelo emocional y conmoción que solo ellos pueden describir.

"¿Tu familia está bien?", "¿qué color tiene tu casa?"... son las preguntas que preceden en Lorca a cualquier saludo entre conocidos desde que ocurrieron los terremotos.

Esta escena se repite, entre abrazos, desde hace siete días y transcurre por calles llenas de escombros, ruidos de demolición, cintas de precinto policial, chalecos de la Cruz Roja, cascos de bombero y camiones del Ejército.

Un código de colores (verde, amarillo y rojo) identifica la situación de cada uno de los 4.100 edificios de Lorca, producto de sucesivas revisiones técnicas que no terminan de ofrecer las certezas absolutas que demandan los vecinos.

Aún son pocos los que han decidido regresar a sus hogares, pese a que para ellos se haya encendido el semáforo verde que permite la habitabilidad de su casa, y los desplazados a otros municipios desde el día 11 se cuentan por millares, pese a que el ayuntamiento no dispone de cifras oficiales de expatriados.

El éxodo que ha trasladado a la mayor parte de la población a ciudades vecinas y a segundas residencias en la playa, la huerta o la montaña se mantiene pese a los insistentes llamamientos de las autoridades para regresar con la misión de colaborar en la reconstrucción de la ciudad y de dar visos de normalidad a una situación nada convencional.

Las largas colas a las puertas de compañías de seguros, bancos, administraciones de fincas y frente a los puestos de información que el ayuntamiento mantiene abiertos 12 horas diarias en distintos puntos de la ciudad, son otra de las imágenes que se suceden en los últimos días, junto a la de la gente caminando por el asfalto en lugar de por la acera y con un ojo puesto en las cornisas.

Miles de escolares sin libros en colegios que no son los suyos; centenares de niños, con lo puesto, refugiados en un campamento de damnificados; adolescentes que desarrollan tics nerviosos tras los seísmos; heroicos abuelos que cuidan a muchos kilómetros de sus padres a bebés recién nacidos, y ancianos que afirman que ni la guerra civil provocó tantos daños.

Los políticos locales y autonómicos acusan el cansancio, el estrés y la preocupación de una situación desbordante, una vez terminado el intenso desfile de primeras figuras asomadas a la catástrofe en plena campaña electoral.

Estas son imágenes de Lorca, una ciudad que, poco a poco, abandonan los periodistas que han ejercido de enviados especiales en esta tragedia que cada día ocupa un lugar más discreto en los medios de comunicación nacionales e internacionales.

El hueco que dejan sus micrófonos y cámaras en las calles lo ocupan las cámaras y los i-phone de esos nuevos turistas de la devastación, que pasan por Lorca unos minutos para posar ante ruinas de iglesias y edificios destripados para adornar sus perfiles en las redes sociales.

En medio del caos también hay sitio para la solidaridad, que ha llegado por toneladas, y para el cariño, el consuelo y el afecto que centenares de voluntarios, empresas e instituciones han dispensado a los lorquinos durante esta larga semana de duelo.

Pese a los momentos de pánico y profunda incertidumbre, la población ha sido ejemplo de civismo en el momento más difícil de su historia contemporánea y ese es uno de los pocos puntos de consenso del panorama de Lorca, lleno de incógnitas tras los terremotos del 11-M.