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Si ellos hablaran

La desgracia de ser un burro en un mundo de listillos

La desgracia de ser un burro en un mundo de listillos

La piel de los burros cotiza al alza. Desde que la medicina china se fijó en ésta para elaborar medicamentos, los burros están desapareciendo de aquellos países donde abundaban. No es el caso de España. Aquí la mecanización los desterró hace tiempo del campo y los recluyó en zoos y granjas escuelas.

La mayoría de países de África han comenzado ya a prohibir la venta de los mismos para dicho fin. El último ha sido Kenia. El motivo es la caída en picado del número de ejemplares.

Se calcula que, hace unos años, existían unos 50.000 burros salvajes y más de 100 millones de burros domesticados, hoy el número se habría reducido a la mitad.

Sin duda, se trata de un triste pago a unos animales, dóciles y súper inteligentes, que nos han acompañado durante toda la historia de la humanidad, facilitándonos los traslados, realizando tareas de carga y llevando el peso y arrastre de los arados.

Son más de 6.000 años entregando sus vidas a los seres humanos pese a no haber recibido el trato que merecían.

Todo lo contrario. A menudo han sido explotados en jornadas interminables de trabajo y, no pocas veces, han muerto, literalmente extenuados, cansados de tirar de pesados carros y remolques.

Sin embargo, si no se toman medidas, la presión de la medicina asiática podría condenarles a su desaparición, algo impensable hasta ahora y que no consiguió, siquiera, la segunda guerra mundial, donde estuvieron a punto de desaparecer por su uso en el campo de batalla.

Sin embargo, ahora la supervivencia de los mismos se enfrenta a un enemigo mucho más poderoso, si cabe, la superstición o, lo que es lo mismo, el «ejiao», una especie de gelatina extraída de la piel hervida de estos animales y que, supuestamente, sirve para alargar la juventud y potenciar el deseo sexual de aquellos que lo toman. Vamos, un clásico.

Se calcula que cinco millones de burros está muriendo actualmente cada año para fabricar el «ejiao» Dicho de otra manera, en diez años ya no existirán burros en el mundo. Al menos de los de cuatro patas, porque de los otros, de los que caminan a dos, mientras ocurran cosas como éstas y la demanda del «ejiao» siga creciendo, está claro que hay y en cantidad.

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