Conocí a la veterinaria estadounidense Deborah McCauley, en su casa de Madrid. Allí me invitó a comer y me contó la increíble labor que realiza en su hospital de Nepal salvando a rinocerontes indios. Lo que no me imaginaba entonces es el lugar tan importante que ocuparía mundialmente sus trabajos en la lucha contra el Covid-19.

Es cierto que, durante aquel día, me explicó como las enfermedades saltan de unos animales a otros y, como muchos de los habitualmente considerados salvajes, acaban siendo contagiados por patologías que, hasta ahora, sólo afectaban a los de compañía. Sus estudios han venido también a corroborar que, la mayoría de enfermedades infecciosas que padecemos, las compartimos con los animales.

Hoy en día, sus aportaciones comienzan a ser tenidas en cuenta más allá del mundo científico animal porque, si algo ha demostrado el Covid-19, es que no existe línea alguna divisoria entre el mundo de los animales y el de las personas. Todo es más global de lo que nunca imaginamos.

Por eso, es tan importante que se prohíba y persiga la alimentación de personas con animales, sean salvajes o no, sin control sanitario alguno. De ningún modo, debe consentirse que el mismo se ampare en la fuerza de la costumbre o en la diferencia de criterios culturales. Si algo ha demostrado esta crisis es que, hacerlo, puede ser un genocidio de dimensiones incalculables que debería perseguirse como lo que es, un delito contra la humanidad.

Otra cuestión fundamental y, desgraciadamente muy olvidada, es reconocer, de una vez por todas, que los veterinarios velan por la salud de los animales, sí, pero, también, de las personas. Forman parte fundamental del control sanitario en la alimentación y, por eso y por muchas otras cosas, son piezas esenciales en la gestión de cualquier crisis sanitaria.

No pocas voces se han quejado ya de que, a nivel local, autonómico o nacional, nadie ha contado con ellos durante la crisis del coronavirus. Grave error. No hacerlo significa que nuestros gobernantes siguen siendo parte del problema y no de la solución.

Dicen que, si un pueblo olvida su historia, está condenado a repetirla. Por favor, tengamos a partir ahora presente que, animales y personas, compartimos el planeta tierra. Pensar que, estamos solos o, peor aún, que sólo importamos nosotros, se paga con vidas y no pocas.