Este artículo no lo escribo yo, lo escribe mi alma. Curiosamente el nombre de la perra que un cazador maltrató, torturó y finalmente asesinó, pegándole un tiro con su escopeta de caza la pasada semana. Esa preciosa perra había sido previamente abandonada y fue a elegir dar a luz en lo que ella creyó ser un sitio protegido y que, sin embargo, resultó ser la casa de su verdugo.

El dolor que se siente es indescriptible, al saber que otro animal más ha sido maltratado, de los miles que los son todos los días. Que ha sucedido de la forma más cruel y de la que sólo es capaz de hacer un ser humano. Que además probablemente su asesino quedará impune o con una condena mínima e irrisoria, en relación a la gravedad de lo que ha hecho.

Este artículo es un homenaje a todas las víctimas que se clavan en nuestra retina a través de imágenes que se hacen virales, por la extrema crueldad de sus verdugos a la hora de acabar con la poca dignidad que tienen los animales. Asesinos, maltratadores, psicópatas de los que la única condena que podemos esperar es la que les dé la propia vida, porque no existen leyes que hagan justicia. Personas que por sus características psicológicas son un auténtico peligro para la sociedad. Hablamos de gente que no muestra ni el más mínimo sentimiento ni empatía ante su comportamiento violento, a pesar de que sus imágenes se hacen virales por la crueldad de sus actos. Sin olvidar a las Almas que no vemos, que no nos enteramos, pero que son muchísimas y forman parte de la gran cifra negra del maltrato animal.

¿Hasta cuándo vamos a seguir permitiendo que la vulnerabilidad sea una excusa para que el ser humano pueda hacer lo que le dé la gana? ¿Cuántos animales van a experimentar el más extremo sufrimiento y sus cuerpos a aguantar más dolor de lo que cabe en su alma? Condenas irrisorias e incluso menores que las que sufren los que rescatan, porque hay gente que actúa ante la injusticia de la justicia, fíjense que contradicción más grave...