Perros y gatos son enemigos históricos; sin embargo, hasta hace poco no se conocía la razón. Hoy ya la sabemos. No es por el olor, ni siquiera por el aspecto, es cuestión del lenguaje. Hablan idiomas distintos cuya traducción parece imposible.

Los perros y los gatos no se entienden. Lo que para uno significa blanco, para el otro es negro. Poseen formas tan distintas de expresar una misma realidad, que parece imposible que puedan llegar a comprenderse.

Cuando los gatos se sienten en paz y calma, nos maúllan suavemente usando sus más de 20 vocalizaciones distintas y nos rozan amistosamente con su cabeza. Los perros, por el contrario, si han de pedirnos caricias lo hacen a ladrido limpio y dando manotazos para llamar la atención. Los dos expresan lo mismo, sí, pero de formas opuestas.

Lo mismo ocurre cuando ambos se sientan junto a nosotros en busca de compañía. Los perros nos dejan moverlos y colocarlos en la posición que queramos. Sin embargo, si un gato se tumba a nuestro lado y decidimos cambiarle de postura, es mejor olvidarse del tema. En cuanto pueda se largará sin más. Los gatos deciden siempre cómo, dónde y con quién quieren estar.

Sin embargo, donde más conflictos se producen es en la comunicación entre ellos. Decididamente, no se entienden. Los gatos, por ejemplo, elevan su cola hacia arriba en señal de sumisión, oscilándola de lado a lado cuando están nerviosos o alterados. Los perros, por el contrario, la levantan para demostrar quién manda y, como es sabido, solo la mueven cuando están contentos.

Igual ocurre con sus sonidos. Los gatos, pacientes y educados, ronronean cuando se sienten a gusto, realizando un sonido parecido al gruñido agresivo de un perro. ¿Se imaginan el caos?

¿Y los ojos? Aquí el tema, si cabe, es aún peor. Los gatos los cierran en señal de amistad y solo miran de frente cuando van a atacar. Los perros, por el contrario, se fijan en los ojos de sus amigos y solo esquivan la mirada a sus enemigos, justo antes de morderles.

Como ven, se trata de un auténtico desastre de comunicación que, sin embargo, no siempre es así. Cuando se crían juntos y, desde pequeños, aprenden el uno el lenguaje del otro, acaban entendiéndose en el idioma más universal que existe, el de la amistad.