Existe una ballena, solo una en todo el mundo, de la que solamente se ha podido grabar el sonido que emite. Se la conoce como la ballena de los 52 herzios porque esa es la frecuencia en la que los «sonar» más avanzados han conseguido detectarla.

No se sabe qué aspecto, forma, ni tamaño tiene. No se conoce nada de ella.

Fue en 1989 cuando, por primera vez, un grupo de científicos captaron su sonido y quedaron asombrados. En nada se parecía al de las ballenas azules o a los rorcuales comunes cuyos gritos alcanzan como mucho los 30 hertzios. En este caso, los sonidos eran más cortos y frecuentes, y no se correspondía con el de ningún animal antes conocido.

Comenzaron entonces los estudios, las comprobaciones y las comparaciones. Los resultados fueron concluyentes. Solo vive una en todo el planeta. Sin duda, es la ballena más sola del mundo.

Por eso, desde que en el año 2004 el New York Times se hizo eco de su historia, su fama se ha disparado. Ahora, todas las primaveras varios barcos y submarinos científicos de la marina norteamericana acuden en su búsqueda, pero nunca la encuentran. El problema es que, en general, el sonido de las ballenas viaja a tan enorme distancia que, con la tecnología actual, es imposible de mapear.

No obstante, aunque no la vean, la oyen. Sus cánticos originales, propios del celo, son captados y grabados por los radares de la zona en esta época del año. Sin embargo, pese a ser cantora y chillona, el resto de ballenas no la escuchan. Sus oídos no están preparados para oírla. Por eso, jamás se le acercarán, porque, para ellas, simplemente, no existe.

En la política ocurre igual. Durante cada legislatura, pedimos, exigimos y gritamos, pero, a menudo, nadie nos escucha. Me imagino que los ciudadanos, en general, debemos usar una frecuencia distinta a la que usan algunos de nuestros representantes cuando llegan al poder. Sin embargo, cada cierto tiempo, la democracia nos ofrece unos curiosos radares llamados urnas que nunca mienten y que, en realidad, solo muestran lo que el pueblo opina. Les animo libremente a usarlas, y a que voten con la misma paz y armonía con la que vive en el mar mi ballena favorita, esa que, aunque no lo sepa, hoy también vota.