Se calcula que, solo durante la Primera Guerra Mundial, cinco millones de caballos fueron aniquilados. Eran uno de los blancos más codiciados por los tiradores. La pérdida de los mismos suponía un duro revés para las tropas, ya que eran su principal medio de transporte.

Sin embargo, no fue esa su única amenaza. El uso del gas como arma asesina hizo estragos. Los soldados tuvieran que hacerse rápidamente con caretas antigás y diseñar también modelos para los animales. Por otro lado, según se prolongaba la guerra, las condiciones de vida se endurecieron muchísimo y, a la falta de alimento, se sumó la abundancia de parásitos que se cebaron con éstos. El resultado fue que Europa se convirtió en un gran cementerio de caballos y pronto escasearon los mismos.

Los ejércitos necesitaron, entonces, nuevos aliados para poder seguir con la guerra. Los encontraron en circos y zoos. En 1915 el ejército alemán requisó todos los animales del zoológico de Hamburgo. Su objetivo fundamental eran los elefantes. Éstos fueron destinados a realizar trabajos de retirada de escombros y despeje de caminos. Idéntica suerte corrieron las llamas, cebras y camellos del circo «Sarrasani», uno de los más antiguos de Europa.

Mientras tanto, en el Reino Unido, las cosas estaban peor si cabe. El gobierno había ordenado la compra de todos los caballos existentes y se los había llevado también a la guerra. La tierra pasó a ser arada por elefantes de circo. Se calcula que, de los dos millones de caballos británicos enviados al frente, más de un millón murió en el mismo.

Así que, si a lo sucedido en aquella guerra sumamos el resto de conflictos bélicos, la cifra de caballos muertos podría rebasar ampliamente la de 100 millones. Por eso, conociendo su entrega y su fidelidad, resulta vergonzoso que, sólo durante el año pasado, más de mil caballos fueran maltratados en nuestro país. Supongo que ya sabíamos que el animal más peligroso que existe es el ser humano, sí, pero está claro que, también, el más desagradecido.