Hay gente que cree que un perro o un gato abandonado no vale nada. Y no lo digo sólo por aquellos que, cuando adoptan un animal, se quejan de lo que cuesta identificarlo, vacunarlo o esterilizarlo. Me refiero a todos los que creen que, por ser abandonados, simplemente, son animales de segunda.

Les pondré un ejemplo. Verán, imagínense por un momento que sujeto con mis manos un billete de 50 euros. Acto seguido se lo muestro y les pregunto: ¿Cuánto vale? Ante la evidencia de la pregunta, ¿qué contestarían? 50 euros, ¿verdad?

Tras la respuesta, de nuevo cojo el billete y lo arrugo con todas mis fuerzas y, mostrándoles el mismo, les pregunto otra vez: ¿cuánto vale ahora que está arrugado? Está claro, ¿no? Sigue valiendo 50 euros.

Vuelvo a coger el billete con rabia y, nuevamente, lo arrugo con más fuerza, y lo tiro al suelo y lo pisoteo€ Entonces les miro y, otra vez, formulo la misma pregunta: ¿cuánto vale el billete tras pisotearlo? Exacto, han acertado. Sigue valiendo 50 euros.

En la vida ocurre igual. Por mucho que nos humillen, nos falten al respeto, se rían de nosotros, nos insulten, nos persigan, nos acosen y nos maltraten, siempre seguimos valiendo lo mismo.

De la misma forma pasa con los animales, todos ellos tienen un precio incalculable, sí, pero no se mide en dinero. Su valor se calcula en cariño, fidelidad y amor. Los animales abandonados que encontramos en cualquier esquina de cualquier ciudad son como cualquier otro que tenga casa, familia y hogar. El abandono no les convierte en peores, no disminuye su valor, no acorta sus cualidades.

Los gatos callejeros son como los caseros: cariñosos cuando quieren e independientes cuando así lo deciden. La única diferencia entre ambos son las marcas que el miedo, el frío y el hambre dejan en su cuerpo y su alma.

Igual ocurre con los perros sin familia que esperan una adopción en la jaula de un albergue. Puede que unos sean despelechados y otros tengan heridas o calva pero, a la hora de la verdad, son todos tan cariñosos que, hasta en pleno invierno, se derriten como un helado con tan sólo mirarlos.

Por eso, no se engañen. Los animales no son distintos pero, cuidado, las personas sí. Éstas se diferencian entre aquellas que son capaces de abandonar a sus mejores amigos y seguir viviendo tan tranquilas y aquellos otras que, si alguna vez lo hiciéramos, nos moriríamos por dentro.