El diario de una alimentadora de colonia felina se podría resumir en «vivir con el alma encogida». Los que gestionamos colonias sabemos muy bien a lo que me refiero, pero voy a explicarlo para que se entienda un poco más a esas personas que toman la tan difícil cómo valiente decisión, de cuidar a los más vulnerables y desprotegidos. Una alimentadora desde que se despierta hasta que se acuesta, se pasa todo el día pensando en cómo estarán esos pequeños seres que sólo la tienen a ella para sobrevivir. La preocupación se convierte en tu mejor acompañante, al estar constantemente a tu lado. Sufres si hace frío, sufres si hace calor, sufres porque sabes el peligro de la calle. Llegas cada día a alimentarlos pensando si algo les habrá podido pasar. Conoces a lo que se dedican muchos humanos que saben que impunemente les pueden dañar. Sin embargo, eres tú la que te escondes. Antes, porque suponía una infracción alimentar a los que pasan hambre y en algunos sitios, aún sigue siendo así. En los que ya ha cambiado la ley, te sigues escondiendo porque sabes que si la gente se entera de que allí hay gatos, son un blanco fácil a quién maltratar. Los ves enfermos y los curas como puedes, ya que es muy difícil capturar animales que viven con el miedo de que el ser humano les pueda dañar. Inviertes tu tiempo, tu dinero y tu vida, en algo tan simple como ayudar a los que menos culpa tienen y que sin embargo, más sufren las consecuencias de la peor enfermedad social, la falta de empatía y de responsabilidad. Intentas mejorarles la vida porque sabes en qué consiste su dura realidad. Creo que no hay nada más difícil que tener en tu vida a seres a los que amas y saber que lo están pasando mal. Y esa es la vida de una alimentadora, la vida de un alma que vino a dar y que sin embargo, no recibe ningún tipo de ayuda sino todo lo contrario, rechazo y desamparo ante un problema que unos cuantos particulares intentan resolver con muy pocos medios, pero con un gran corazón.