A lo largo de la historia los animales han participado en las guerras. No lo han hecho, evidentemente, por la defensa de una idea, proyecto o país, sino sin saber siquiera por qué causa iban a morir. Por eso, dejando a un lado la clásica labor de los caballos o de las famosas palomas mensajeras, sorprende saber que los animales han sido usados en las distintas guerras de forma terriblemente salvaje.

La primera vez, probablemente, fue en la guerra entre Persia y Egipto. A los primeros, conocedores del carácter sagrado que los gatos tenían para los segundos, no se les ocurrió otra cosa que lanzarles gatos con catapultas. Los egipcios, al ver que aquella batalla podía suponer la muerte de centenares de gatos, respetuosos con la vida de los animales, decidieron entregarse sin más. Sin embargo, fue durante la segunda guerra mundial cuando, realmente, más barbaridades se cometieron con los animales.

Los primeros en sufrirlas fueron los perros que acabaron adiestrados por los soviéticos como «perros bomba». ¿Y cómo lo hacían? Muy sencillo. Los dejaban sin comer varios días mientras escondían alimento en el punto más débil de los tanques, es decir, en la parte de abajo. Los animales, hambrientos hasta la extenuación, acababan creyendo que, bajo éstos, siempre había una despensa sin límite. El resto era sencillo, solo tenían que esperar la batalla. Cuando aparecían los tanques enemigos, cargaban a los perros de explosivos y, al meterse debajo los mismos en busca de comida, éstos estallaban saltando por los aires.

Igual suerte corrieron los murciélagos durante la misma guerra. En su caso, fueron usados por los americanos contra los japoneses. A éstos les amarraban cargas incendiarias que explotaban cuando se refugiaban en el interior de las viviendas. Cuentan que, contenedores repletos de murciélagos, fueron trasladados con este fin. Por cierto que, algo parecido, ocurrió también con las ratas. Esta vez fueron los británicos los que, tras matarlas y disecarlas, les introducían en su interior una carga explosiva. La idea era depositar sus cadáveres en sitios claves para que, los japoneses al verlas muertas, las tiraran al fuego. Pueden imaginarse, fácilmente, como explotaban las mismas al entrar en contacto con las llamas.

Pero, no crean que todo esto que les cuento, es cosa del pasado. En realidad, el uso de animales continúa. Hoy sabemos que, tanto el ejército americano como el ruso, poseen unidades especiales conocidas como las 3M, es decir, «Militares Mamíferos Marinos». La forman delfines adiestrados como localizadores de minas, espías con equipos de grabación e, incluso, como fuerza de choque contra buzos enemigos.

En fin, ya ven, como decía antes todo vale, y es que no falla: el arma más poderosa de destrucción masiva, en realidad, camina a dos patas y se llama «humano».