Todo empezó con la modificación de la ley de patrimonio natural que regula la caza en España. Hasta ahí, nada nuevo. Siempre ha habido defensores y detractores de la misma. Lo verdaderamente sorprendente es que la reciente modificación de esta ley ha supuesto una batalla fratricida entre ecologistas y animalistas. Y ¿Por qué? Pues porque la misma, por primera vez, contempla un concepto nuevo a proteger. Se trata de las «especies invasoras exóticas naturalizadas», es decir, aquellos animales que, procedentes de otros países, fueron en su día abandonados y se han adaptado a vivir en libertad. La nueva redacción de la ley prohíbe su caza entendiendo que llevan tanto tiempo viviendo en nuestro entorno, que ya forman parte del mismo.

Sin embargo, los movimientos ecologistas, arropados por 17 sociedades científicas y más de 600 investigadores, piden que se permita la caza de esos animales porque los mismos constituyen la segunda causa de pérdida de biodiversidad en el mundo. Sólo un dato: se calcula que el abandono de estos animales supone un coste anual para Europa cercano a los 15.000 millones de euros. Evidentemente, ellos ven el problema de forma global.

Por el contrario, los movimientos animalistas lo hacen desde una perspectiva individual y defienden que, detrás de esas grandes cifras, existen muchos animales. Aplauden, por tanto, la nueva modificación porque salvará la vida de muchos de ellos.

Así las cosas, ¿quién tiene razón? Para mí, claramente, ambos. Vamos a ver, por supuesto que todos esos animales merecen protección. Nada justifica que se les mate, eso faltaba. Pero también es cierto que resulta imprescindible que se retiren del medio natural por el enorme daño que están haciendo a la biodiversidad. ¿Qué hacer, entonces? Pues, para empezar, darnos cuenta de que los enfrentamientos no nos llevan a ningún sitio pero la unión, sí. Y, para continuar, exigir inversiones reales en protección animal para crear, por un lado, grupos profesionales de rescate, preparados y efectivos, que puedan retirarlos sin causarles daño alguno y, por otro, centros de recuperación especializados donde puedan vivir los mismos. Eso es lo que se puede y se debe hacer, pero ya.