Cuando te dedicas a la protección animal y ves el tipo de cosas que hacen las personas, tanto en general como en concreto a los animales, siempre tienes delante la tentación de perder la fe en el ser humano. Llegas incluso a perder el sentimiento de pertenencia a dicha especie, por la falta de conexión y comprensión de determinados comportamientos. Conductas que se ponen en marcha por parte de algunas personas con la única intención de dañar a los más débiles, a los que no se pueden defender ni tienen voz para pedir ayuda. Rescatas a un animal hecho añicos y no sabes ni por dónde empezar para recomponer las piezas que otros han destruido. Pero es entonces cuando de repente aparece otro ser humano que, con sus gestos o con su magia, vuelve a hacerte creer que existen seres especiales capaces de dar todo a los que más lo necesitan. Gente que es feliz ayudando en lugar de destruyendo y causando dolor. Personas que hipotecan su vida para ayudar a los animales y otros que directamente se la juegan para cambiar su realidad.

Existe por ejemplo también un tipo de adoptantes «especiales» que se enamoran de un ser al que prácticamente nadie querría. Personas que no piensan en lo que para ellos supone abrir su corazón ante un animal tan dañado. Son seres que albergan almas valientes y limpias donde no existe el miedo. Es tan grande el amor que cobijan, que cuando permiten que éste se expanda, tan solo su mirada es capaz de sanar el mayor sufrimiento. Su capacidad de amar es tan asombrosa que no dudan ni un instante en ayudar al que más lo necesita. Se fijan aspectos que otros directamente rechazan, porque su corazón no les permite distinguir entre animales. Las cosas que al resto de la gente le importan, a ellos les dan igual. Ya que ellos sólo quieren ayudar a ese animal que está herido, enfermo o que ya por su edad ningún otro va a querer adoptar. Por ello, este artículo es un homenaje a todas aquellas personas cuya alma es más animal que humana, por la forma en la que se comportan así como su forma de amar.