A pesar de que a nivel psicológico se considera que el suicidio es una conducta propiamente humana, mi experiencia con los animales es que ellos también experimentan vivencias en ocasiones tan duras, que les llevan a decidir morir. Ellos son capaces de sentir emociones de la misma forma que nosotros. Y esas emociones a veces consiguen que abandonen su motivación para seguir luchando. Cuando la pena es tan grande que les hace insoportable seguir adelante, he visto casos de animales que claramente se han dejado morir. El último gato que he rescatado estaba en una perrera. Allí fue abandonado y desde el momento en el que entró, dejó de comer y de beber. Cuando lo llevamos al veterinario no presentaba ninguna enfermedad importante que le hubiese llevado a ese estado, lo que tenía era las secuelas de haber estado sin ingerir nada de comida ni de agua durante la semana que estuvo allí. Me parece muy importante que reflexionemos sobre este tema y sobre cómo determinadas situaciones provocadas por el ser humano y tremendamente injustas llevan a los animales a «tomar decisiones» tan graves como la de no querer vivir. También suceden casos en los que sus familiares o animales con los que tenían un gran vínculo fallecen y ellos deciden marcharse también. Creo que es importante analizar esta cuestión por dos motivos principalmente. En primer lugar, porque todavía hay gente que sigue pensando y defendiendo que los animales no sienten ni sufren de la misma forma que los humanos. Y por otro lado, porque debemos tomar conciencia y responsabilizarnos de cómo nuestros actos pueden llegar a provocar consecuencias tan sumamente graves como las que estoy describiendo.

A pesar de que nuestro ego de humanos nos impide verlo, los animales deciden en muchas ocasiones. Por ello es nuestra obligación y responsabilidad ayudarles y cuidarles, para que decisiones como las de este artículo nunca se lleguen a dar.