La pirotecnia en nuestro país tiene un uso «festivo», podríamos decir, que aumenta durante las festividades propias de una localidad, la época de Navidad o Año Nuevo. No son pocos los incidentes que se relacionan con la pirotecnia y los animales, pues ésta puede provocarles situaciones de estrés, ansiedad, terror, pérdidas y atropellos o problemas de salud más graves como infartos.

Hace unos meses planteaba la limitación horaria impuesta en la ciudad italiana de Roma, para el uso de fuegos artificiales en el Año Nuevo. La medida se adoptaba para proteger a personas y animales.

Ante el grave problema que supone para las personas que convivimos con animales (y que les vemos sufrir) la llegada de las fiestas a una localidad, creo que las administraciones deben adoptar medidas o fórmulas que permitan compatibilizar el uso o gusto por la pirotecnia con la tranquilidad que los animales de compañía pueden necesitar a fin de evitar o minimizar las consecuencias de dicho uso.

La solución que planteo es la limitación del uso de pirotecnia a determinadas zonas y prohibición de su uso en otras. Es decir, acotar zonas determinadas de la ciudad donde se permita el uso de pirotecnia, como puedan ser áreas concretas con un significado festivo o relación con la festividad de que se trate. Por otra parte, planteo la prohibición de la pirotecnia (y con ello me refiero tanto a fuegos artificiales como cohetes, petardos y similares) en zonas ajardinadas, parques públicos, playas o lugares frecuentados por animales, así como el establecimiento de un «perímetro de seguridad» a cierta distancia de parques caninos.

Esta medida supone una alternativa a la prohibición absoluta de la pirotecnia y pretende establecer un «equilibrio» entre personas aficionadas a ella y las personas que tenemos bajo nuestra responsabilidad animales que se ven enormemente afectados por su uso. Al fin y al cabo, ellos también deben ser tenidos en cuenta.