Como ya sabéis soy psicóloga y además especializada en trauma. Las personas que llegan a mí para que les ayude suelen venir hechas pedacitos... rotas por la vida. Han vivido experiencias y situaciones que les han provocado heridas en el alma. Mi trabajo consiste en reparar ese daño y que dichas heridas cicatricen, para que aunque siga siendo visible que eso ha sucedido, dejen de doler. Pues bien, la función que tienen los animales en nuestra vida es muy similar a la de un proceso terapéutico en este sentido. Los animales tienen la capacidad y el don de pegar cada trocito de nuestro corazón cuando está roto, para unirlo y sanarlo. Su forma de amar, de tratarnos, de querernos, de aceptarnos, así como el vínculo que establecen con nosotros, es absolutamente reparador a nivel emocional para los humanos.

La mayor parte de las heridas emocionales que presentan las personas son consecuencia del sentimiento de abandono, del maltrato o de una relación tóxica con personas importantes de su vida que les han hecho daño. Todo esto es justamente lo opuesto a lo que un animal nos proporciona. Ellos jamás nos abandonarán, ni nos harán daño, ni nos tratarán mal, ni les importará ninguno de nuestros aspectos físicos ni psicológicos, para querernos como si no existiese nada más en el mundo. Y esta sensación de amor incondicional es el mejor pegamento que existe para un corazón herido.De hecho, observando a los pacientes que acuden a mi consulta, cuando tienen animales éstos complementan muy bien la terapia, porque ellos aportan en la vida de estas personas lo que más necesitan, sentirse queridos y aceptados de una forma tan real, fiel y pura como únicamente sabe hacer un animal. La recuperación emocional de una persona que acude a tratamiento y tiene animales es mucho mejor y más satisfactoria que la que no los tiene. Por lo tanto, me parece importante señalar la función que ellos tienen en nuestra vida a nivel psicológico, así como en las terapias que llevo a cabo, cumpliendo una función sanadora muy importante.