Hay gente que puede pensar que los animales no son conscientes de algunas cosas como, por ejemplo, del trato con dignidad. Con esto me refiero a que pensamos que ellos no sienten cuando se les trata de forma indiferente, cuando no tienen identidad o cuando incluso se les maltrata después de muertos. Yo suelo intentar, siempre que veo un animal, por ejemplo un gato callejero, ponerle nombre porque eso implica dotarlo de identidad y este acto, aunque parezca algo insignificante, supone también dotarlo de dignidad.

Me gustaría compartir un hecho que tuvo lugar hace un mes cerca de donde vivo. Mientras paseaba a mi compañera de vida perruna, me encontré el cadáver de un bebé de cerdito, o lo que es comúnmente conocido como «cochinillo», tirado encima de la basura abierto en canal en la puerta de una carnicería. Era un bebé muy pequeño y para mí no se diferenciaba nada de los demás bebés de cualquier otra especie. Lo miré y no pude evitar imaginar la vida que había tenido que soportar, tan sumamente dura, primero al separarlo de su madre para matarlo y encima terminar arrojado en la basura. Lo que más me impactó no fue su muerte, sino el arrebatamiento de su dignidad. Lo que esa imagen significaba para mí y en consecuencia para la vida de este animal. Algunos pueden pensar que ya estaba muerto y que no tiene importancia ya. A otros quizás no les importa este hecho, ni tampoco lo que ha sufrido ese animal. Pero a mí esta imagen se me clavó en el alma y me sentía en deuda con este pequeño ser, por lo que organicé un acto de protesta, concienciación, sensibilización y visibilización de las consecuencias de la industria cárnica. Pero, sobre todo, hicimos un homenaje para transmitir que hay gente a la que sí que nos importa su dolor y que le amamos, ya que el principal objetivo fue intentar devolverle su dignidad.