Los animales nos hacen de espejo de nosotros mismos. Es frecuente encontrar animales con patologías incluso físicas parecidas y en ocasiones iguales a las de su responsable. Una persona ansiosa y con miedos normalmente suele tener un animal con esas mismas dificultades o problemas. Los animales que conviven con nosotros/as funcionan de la misma manera que lo hacen nuestros hijos e hijas. Les moldeamos en función de lo que les transmitimos y de cómo les enseñamos a comportarse. Les enseñamos a enfrentarse a sus miedos o les sobreprotegemos, haciéndoles creer y sentir que son débiles.

Debemos cuidar muchísimo que nuestras propias dificultades no sean transmitidas a nuestros animales y, en consecuencia, les provoquen problemas de comportamiento e incluso de salud. Cuando un animal tiene un problema psicológico o conductual, debemos hacer un autoanálisis previo para ver si nos identificamos de alguna manera con lo que le está sucediendo o lo que está expresando y sobre todo, qué parte de nuestra relación con ellos les puede estar afectando, de forma que agrave o resuelva el problema. Es un error pensar que ellos son independientes de nosotros en ese sentido, ya que a nivel emocional estamos unidos a ellos y tanto lo bueno como lo malo les afectan y condicionan de forma directa.

En ocasiones, el estrés que sufren los animales es generado por situaciones que se están dando en la casa donde viven, en relación a sus humanos o entre los miembros de la familia, tanto humana como animal.

Protegerlos de nuestras emociones es nuestra responsabilidad. Y de nuestros problemas, también.