«Foc en Ifac, moros en la costa! Foc en Ifac, moros en la costa!». Este alarido desesperado constituyó anoche en la Plaça Major de Calp un levantamiento de telón para la escenificación del «Miracle», una función que año tras año pone voz y cuerpo a la historia -y también a la leyenda-que acontenció un 22 de octubre de 1744- y que, por tanto, mañana cumplirá su 275 aniversario.

El «Miracle», así pues, constituye también el alma de las fiestas patronales y de Moros i Cristians que mañana llegan a su fin. Junto al acto del Desembarco -que ayer se suprimió por el mal estado del mar- y la Primera Batalla, conmemoran el asalto que aquella lejana jornada sufrió la villa calpina a manos de «entre 800 y 1.000» piratas berberiscos, según consta en la correspondencia escrita entonces por los munícipes de Calp -y custodiado ahora por el Archivo General de Simancas-.

Así, el bando moro no pudo recalar ayer en la playa tras surcar la bahía que abraza el Penyal d'Ifac y Toix como casi tres siglos antes hicieron los auténticos piratas norteafricanos. Pero nada impidió escenificar la batalla. El bando cristiano, como los calpinos de antaño, recibió a tiros a los asaltantes. Seguidamente, se replegó rumbo al casco antiguo, acosado por los enemigos, en una estentórea discusión de arcabuces.

Por la noche, ya fue el «Miracle», que es mucho más que pura historia. Es también hijo del imaginario calpino que, trenzado con la religiosidad popular, confeccionó el atávico relato que es, junto al Penyal d'Ifac, uno de los símbolos de la idiosincrasia calpina. Cabe destacar que la calidad del espectáculo devino el factor determinante para que, en su día, la Generalitat Valenciana declarara de interés turístico estas fiestas.

Entretanto, el carácter local de esta narración contrasta con el cosmopolita público (calpinos, nacionales y extranjeros) que la presencia sobrecogido de principio a fin.

Tras el «Foc en Ifac!» la escenificación de la leyenda-alimentada con el guión de Enrique Pastor Ivorra- prosigue con otro grito del embajador: «Calpins! Retirem-nos a les muralles! Hem de preparar-nos per a la lluita! Tots a les armes! Tots a les armes!». La alerta brota de la garganta de Manuel Pastor, quien encarna, desde lo alto de una recreación de las murallas, al embajador cristiano. Declama a continuación un sentido lamento por el sufrimiento padecido durante siglos a manos de los asaltantes, seguido de una invocación al patrón, el Santíssim Crist de la Suor.

Pero todo esto, en realidad, deviene un prólogo de la irrupción en el vacío escenario del protagonista, el corazón de esta obra: Moncòfar. «Moncòfar! On vas? És que no has vist el foc que crema en Ifac?», proclama el embajador.

Moncòfar, el alias artístico de Toni Baydal, es el legendario calpino que, ante la inminencia del ataque, decidió reivindicar su origen morisco, reprochar el asesinato de su padre a manos calpinas en una remota batalla y avisar de su decisión de profesar su larvada ansia de venganza uniéndose a los invasores.

El enconado debate entre Pastor y Baydal, embajador y traidor (el uno evocando la infancia feliz en Calp y el cristianismo del otro, y éste reafirmando su propósito y confesando su largo fingimiento) no cambia el destino. Moncòfar corre en pos de su traición.

Pero la espera en soledad de los berberiscos le enfrenta a sus contradicciones en un atormentado soliloquio entre su cultura familiar y la adquirida. «Què és el que corre per la meua cara? Són llàgrimes? No és possible! Per què, encara que plore per fora, tinc dins de mi eixe foc que m'espenta a fer el que estic fent?», gime Baydal, en su arrebatadora interpretación.

Su determinación encontrará un inesperado escollo en la llegada de los invasores, encabezados por el embajador moro (Pau Marín), quien desconfiará de la confesión de Moncòfar y de sus intenciones: «No em faces riure, bufó de paraula fàcil, però d'intencions traidores!». Sin embargo, tras una intensa discusión, comienza a ceder, y tras lograr del villano una rotunda renuncia a Calp y al cristianismo, arranca la ofensiva final... y la defensa definitiva, pues los calpinos abandonan las murallas, arcabuz en mano, en un último intento de contener la tragedia. Pero esta segunda batalla culmina también abruptamente y de un modo inesperado.

Ya lo cuenta la leyenda: que un joven apodado Caragol (encarnado por Pepe Toni Ripoll Sau, descendiente suyo, según la tradición) logró cerrar a solas, con la única ayuda del Patrón de la villa, los pesados portones que requerían de varios hombres para moverlos y que, en su atropellada retirada, los calpinos olvidaron cerrar.

Los piratas, el bando moro, huyen también, temerosos de la inexplicable proeza de Caragol. Una cruz pirotécnica arde en la puerta, como rúbrica de la autoría sobrenatural del Miracle. Y Moncòfar, un año más, cae fulminado. La gran seña de identidad calpina se dispone a callar hasta el próximo año. Pero antes caerá el telón sonoro, con las notas del himno fester, que el auditorio entona o escucha en pie: «Cantem units ja tots els calpins...».