La Semana Santa es una de las épocas por excelencia del año para evadirse de la rutina realizando un viaje. Quien más, quien menos aprovecha su tiempo libre -si dispone de él, que ésa es otra historia- para conocer otros sitios, aunque sea con una excursión de un día. Muchas personas optan por poner la mayor distancia posible de por medio con su lugar de residencia, aunque en ocasiones no hace falta alejarse mucho de casa para encontrar un pueblo o un paraje singular, una premisa que la provincia de Alicante cumple fielmente.

En las comarcas alicantinas hay lugares que vienen a la mente enseguida, como El Castell de Guadalest o las fuentes de l'Algar de Callosa d'en Sarrià. Sin embargo, basta con adentrarse un poco por las carreteras del interior -con el depósito lleno, por aquello de que las gasolineras escasean en esta zona- para llevarse bastantes sorpresas gratas. Conjuntos urbanos, elementos patrimoniales y parajes naturales que están en muchos casos a la puerta de casa.

El casco urbano de Planes, con una casa consistorial porticada y coronado por las ruinas de un castillo, es un bueno ejemplo de ello. No es el único en esta zona, ya que no demasiado lejos es posible ver los vestigios de la muralla de Penàguila. Agres también tiene una fisonomía peculiar, a modo de espina dorsal anclada a la ladera de la Sierra de Mariola. Lo mismo puede decirse de pueblos del interior de la Marina Baixa, como Sella y Tàrbena; o en l'Alacantí, como la Torre de les Maçanes. Y si no es el conjunto, es la singularidad de algún edificio destacado, como ocurre en Alcoleja con el palacio del Marqués de Malferit, o en la vecina Benasau con la torre del palacio del Barón de Finestrat. En la Marina Alta, éste es también el caso de Murla, con una singular iglesia-fortaleza que perdió su campanario por un derrumbe. Y en el vecino Benigembla, un llamativo edificio de aires modernistas con varias esculturas en la fachada y rehabilitado hace pocos años, llamado el Sindicat por ser la antigua sede de una cooperativa agrícola. O, bastante más al sur, en l'Alacantí, el imponente antiguo balneario -y luego preventorio- de Aigües, con el componente sugestivo que para muchos tienen los lugares abandonados.

Castillos y fortalezas como los de Forna, Perputxent (l'Orxa), Costurera (Balones) o Almisrà (El Camp de Mirra), unos más conocidos, otros menos, unos en ruinas, otros en buen estado, salpican toda la geografía. Lo mismo que los parajes y monumentos naturales, como el Molí del Salt de Benilloba, la Albufera de Gaianes, el Barranc de l'Encantada de Planes o la espectacular Cova del Rull, en la Vall d'Ebo -cavidad parecida a la del Canelobre de Busot o la de las Calaveras de Benidoleig, pero bastante menos conocida-; o incluso los árboles singulares, como el olmo que preside la plaza de Millena.

El Camp de Mirra. Foto: Carlos Rodríguez

La acusada estacionalidad

Los atractivos no logran por sí solos, sin embargo, que el turismo rural en la provincia de Alicante se consolide como una actividad económica para todo el año. Lo saben bien los profesionales del sector, que tienen en la Semana Santa uno de sus momentos álgidos del año. Beatriz Bernabeu, propietaria de una casa rural en Alcoleja, explica que estos días son una «temporada especial» por la alta demanda, junto con la Nochevieja, pero durante gran parte del año esto no es así.

En su opinión, «habría que promocionar el verano» como época idónea para el turismo rural, teniendo en cuenta que «en el interior las noches no son sofocantes y no hay aglomeraciones», factores que podrían ser un atractivo, junto a la proximidad a la costa. Sin embargo, lamenta, «mucha gente se va al norte de España pero no imagina que aquí tenemos también un paisaje». El litoral es el principal reclamo, hasta el punto de eclipsar al interior en muy alto grado. Así, a los profesionales les toca a menudo echar mano del ingenio y de las alianzas entre ellos para mantenerse. En este sentido, Bernabeu comenta que hay que incidir sobre «el trato personal» a la clientela, hasta el punto de «hacer de agente turístico», explicando de forma exhaustiva los servicios y las posibilidades de ocio que ofrece el entorno.

En los parajes naturales y monumentos, el mantenimiento se vuelve también con frecuencia un reto para los municipios. En Benilloba se ha impulsado la protección del Molí del Salt «para evitar que se pueda alterar y además así optar a fondos públicos para su conservación», según señala el concejal de Turismo, Jordi Jiménez. El lugar ha sido declarado Bien de Relevancia Local, y está en marcha el expediente para catalogarlo como Paraje Natural Municipal. «Creemos que antes de difundirlo es más importante preservarlo», aunque al mismo tiempo se intenta dar a conocer de todas las vías posibles, limitadas en el caso de los municipios pequeños: «Trabajamos sobre todo las redes sociales, porque es lo que está más a nuestro alcance».

Pero la falta de visibilidad no es algo exclusivo del interior. Lo sabe bien Marga Guilló, directora de la Asociación para el Desarrollo Rural del Camp d'Elx, entidad que trata de dinamizar el turismo en el amplio término municipal ilicitano y que debe enfrentarse al hecho de que este espacio queda entre la ciudad y el mar, eclipsado por ambos. Un entorno agrario y un patrimonio hidráulico únicos, como los azarbes que llegan desde la Vega Baja -esta comarca, de hecho, tiene rasgos muy similares en este sentido-, junto con edificaciones tradicionales y actividades ganaderas, es una gran singularidad que, sin embargo, apenas se conoce. Guilló valora que «hemos conseguido que la Administración vea que en Elche existe el medio rural y que el Ayuntamiento vea que es un atractivo», pero aún hay mucho por «trabajar, planificar, organizar y promocionar». La falta de alojamientos reglados, señala, es un problema añadido al desconocimiento y la falta de una apuesta más decidida por dar a conocer estos espacios rurales.