Cerrada durante años, la casa de los ingenieros de la presa d'Isbert, en la Vall de Laguar, bulle ahora de actividad. Su propietario, Julio Ballester, la está rehabilitando. «Tengo 57 años y mi ilusión es restaurarla y abrir un negocio de alojamiento rural», explicó ayer a este diario. Las obras avanzan a buen ritmo. Ballester cree que en un año podrá abrir un hotelito que tendrá unas 15 habitaciones. Se asoma al Toll Blau, una poza o alfaguara del lecho del río Girona. Él mismo se arremanga y trabaja en la rehabilitación.

La casa es recia, de contundentes muros de piedra. Eso sí, su arquitectura es importada. No recoge ni una sola influencia de la construcción de la Marina Alta. Se levantó en los años 40, cuando la dictadura franquista recuperó el viejo anhelo de ponerle puertas al agua que baja con violencia por el angosto Barranc de l'Infern. El pantano d'Isbert salió rana. Pero quedaron la imponente y fallida presa, el túnel que lleva hasta ella y esta vivienda en la que se alojaron los ingenieros. Es sobria. Se le adivina en la cubierta y los tejadillos un aire colonial.

La casa dejó de ser del Estado cuando se fue a pique el proyecto del pantano. En 1954 se intentó imperbeabilizar el suelo y las paredes pero no hubo forma. Perteneció durante muchos años a unos residentes británicos. Dejaron su impronta. Las puertas interiores y la decoración de la gran escalera central tienen un punto kitsch. El actual propietario lo mantendrá. Es muy curioso el contraste. El exterior es mesura. Los ingenieros van a lo práctico. Pero el interior esconde fantasias abigarradas.

Julio Ballester se ha documentado para la rehabilitación. Ha viajado a Alcalá de Henares para recuperar en el Archivo de la Administración General los planos originales de la construcción. Adquirió la vivienda hace unos siete años. No amenazaba ruina, ya que es muy robusta, pero sí estaba descuidada. Ahora renacerá como hotel rural.

La casa tiene una curiosa historia. Además, está situada a un paso de la catedral del senderismo (la ruta de los 6.873 escalones del Barranc de l'Infern). Aquí comienza también la senda que lleva a la presa d'Isbert. Pasa por un oscuro túnel. Y se da de bruces con la puerta que cierra el pasillo excavado en la pared de roca. Pero los excursionistas, que son curiosos por naturaleza, se cuelan por una apertura en la valla. La presa es un monumento de la fuerza de la naturaleza y la vanidad humana. Algún día debería hacerse visitable. Un lugar tan imponente enseña humildad.

Un proyecto fallido silenciado por el franquismo

«Declaro inaugurado este pantano». Franco hizo célebre la frase. La dictadura se vanagloriaba de esas obras gigantes que domaban las aguas. De ahí que el fracaso de la presa d'Isbert se silenciara. Hay poca documentación sobre este sonado fiasco. Una obra relativamente fácil (el estrecho desfiladero de cuatro metros en la base y algo más de ocho en la parte alta hacía que los ingenieros se frotaran las manos) se convirtió en un quebradero de cabeza. Las obras se iniciaron en 1940. Una vez finalizadas, se llenó el pantano. Veinte días después no quedaba ni gota. El agua se había evaporado. El agua se filtraba por las grietas de las paredes y el suelo kárstico de este último tramo del Barranc de l'Infern. Se resistía a quedar apresada. Escapaba por la tierra y alimentaba los pozos del valle de la Retoria. Los labradores se beneficiaban de esas «democráticas» filtraciones. El agua huía de la dictadura de la presa.