Quizá para muchos de ellos fue su primer concierto en una sala con capacidad para 17.000 personas. Fue el pasado martes, 16 de mayo, y la americana Ariana Grande actuaba en el Ziggo Dome de Ámsterdam. Desde el día anterior, diversos grupos de adolescentes permanecían a las puertas de acceso a ese espacio para eventos musicales. Otros, los más pequeños, fueron llegando unas horas antes de la actuación. Muchos no tendrían más de ocho años y acudieron acompañados de familiares. Tomaron allí la merienda. Cantaron, bailaron y se hicieron selfies con sus entradas en la mano. Había nervios e ilusión por verla y escucharla. Ahora, entre la rabia y la indignación, pienso que fue el mismo tipo de público que acudió seis días después al Manchester Arena. Millennials vestidos con camisetas de su ídolo y con orejitas de gato en sus diademas, como las que utiliza su idolatrada cantante. Qué sinsentido. Qué pena.

Los fans de la estrella americana son parte de la generación millennial y también niños y niñas muy pequeños que han seguido su trayectoria como actriz en series de televisión. Son legiones de seguidores que abarrotan estadios y que arrastran con ellos a sus padres y madres, en muchas ocasiones para acompañarles en su puesta de largo en lo que a la cultura musical se refiere. Algo que recordarán toda su vida. Es una edad en la que agarrarse a las letras de nuestros ídolos puede convertirse en una tabla de salvación, en una forma de empoderarse frente a la sociedad competitiva que nos rodea. Esos ritmos y estribillos poperos y facilones sirven de terapia de autoayuda, son su diván particular.

Son menores que admiran a los Justin Biebers, Beyonces, Rihannas y Ariana Grandes de turno pero eso no los hace ser consumidores de segunda categoría. Suponen un porcentaje importantísimo del mercado musical y las compañías lo saben. Los espectáculos y todo lo que les rodea están preparados para ellos, con la venta de camisetas, pósters, refrescos y batidos de frutas.

Muchos de los niños y jóvenes que acudieron al concierto de Ariana Grande en Manchester, el siguiente después del de Ámsterdam, habrán perdido esa tabla de salvación, se sentirán ahora desprotegidos. El terrible atentado les ha hecho salir de esa zona de protección que les daba esa música "para adolescentes". Se han dado de bruces con una realidad que no les corresponde vivir. Ni a ellos ni a nadie.