La muerte de Fidel afianza el poder de Raúl Castro y el aparato del Partido Comunista cubano; los cambios tardarán en llegar a las calles de la Isla, aunque el modelo socialista se abra irremediablemente al mercado

"Hasta la victoria, siempre". Así terminó Raúl Castro Ruz el solemne anuncio de la muerte de su hermano, el compañero Fidel, fundador de la Revolución Cubana que con 57 años a sus espaldas lejos de retroceder, cobra nuevo impulso con la desaparición del comandante en jefe.

El desastroso sistema económico cubano irá abriéndose en la medida en la que el Gobierno necesite oxígeno pero los cambios tardarán en llegar a las calles de Cuba, donde sesenta años de comunismo han socavado la iniciativa de la población y la han acostumbrado a vivir con patriótica resignación.

La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos tampoco ayudará a profundizar en las concesiones hechas por Obama al castrismo, en este caso, al postcastrismo encarnado en Raúl. Quienes le atribuyen un carácter más dialogante que el de su difunto hermano, se equivocan. Raúl hereda ahora la Isla que Fidel construyó a su imagen y semejanza. Los jóvenes y los que ya no lo son tanto, reclaman libertad para poder expresar sus ideas y tener al alcance de la mano cosas tan básicas como acceso a internet.

Un país no puede transformarse sin un sistema democrático de libertades. Raúl lo sabe, por eso se cuidará mucho de dar concesiones que puedan poner en peligro la supremacía del partido único. Se va Fidel pero quedan las ideas, esas que cómo él mismo decía en una de sus últimas apariciones, le sobrevivirán ahora. La Historia aún tiene tiempo para pensar si le absolverá -cómo él vaticino en su célebre alegato de defensa en 1953, tras el asalto al Cuartel Moncada, o si por el contrario le someterá a un largo juicio.