¿Quién ganará el martes? Es la gran pregunta sin respuesta, que a la vez, abre otros interrogantes. Trump mantiene su fortaleza y Hillary, investigada por el FBI y cuestionada por sus decisiones en política exterior cuando fue Secretaria de Estado, lucha a la desesperada por arañar votos. Los improperios del candidato republicano no frenan la rabia del americano medio, harto del rebrote racista, de la pérdida de poder de la clase trabajadora y en definitiva, del deterioro de un país con las promesas de Obama a medias de cumplir.

Ese mismo votante sabe que la política casera está totalmente controlada por el Congreso. El presidente apenas tiene margen de maniobra. Así que esa es otra ventaja para Trump, que sí disfrutaría de amplios poderes en materia internacional, justo lo que menos importa al obrero en paro o al agricultor de Kansas que quiere que sus productos sigan protegidos y resguardados de la competencia exterior.

Estados Unidos puede amanecer el miércoles con un resultado electoral dudoso. Ese escenario de pesadilla entre Trump y Clinton terminaría en el Tribunal Supremo, actualmente en estado de empate técnico entre progresistas y conservadores, por el bloqueo del Congreso al candidato propuesto por Obama para sustituir al fallecido juez Scalia, reconocido activista social.

En el año 2000, el resultado de las elecciones no fue oficial hasta el 12 de diciembre. La Corte Suprema de los Estados Unidos dio la presidencia a George W. Bush en liza con el demócrata Al Gore. Bush aparentemente había ganado Florida sólo unos pocos cientos de votos. Al Gore, exigió un recuento manual y el caso llegó a la Corte Suprema. Si eso sucede ahora la decisión debería tomarla otro tribunal menor.

A la vista de la reñida campaña y de lo ajustado de las encuestas no es descabellado pensar en un desenlace judicial. Para evitarlo los candidatos hacen un sprint final en estados decisivos como Florida, donde el voto cubano puede dar la victoria a Trump. A favor del republicano también juega la alta abstención prevista entre afroamericanos y latinos de primera y segunda generación, que no se sienten representados por ninguno de los dos aspirantes.

Esta vez la mejor baza para los Demócratas habría sido volver a presentar a Obama, un imposible, por la enmienda 22 que limita a cuatro años el mandato de un presidente. En estos meses muchos americanos han llegado a lamentar esta disposición, que se hizo para evitar una excesiva acumulación de poder en las mismas manos. La enmienda tiene su lado bueno, pero también deja muy tocado al presidente en un segundo periodo, una especie de larga despedida de la Casa Blanca.

El presidente queda convertido en un “lame duck” (pato lisiado), alguien sin posibilidad de lograr nada. Obama ha sido el mandatario de los últimos tiempos que más ha intervenido en una campaña electoral, hasta el punto de que la candidata ha prometido un ministerio a Michelle Obama. Llama la atención ese férreo apoyo a Hillary, en un país en el que el partido y el Gobierno no están tan identificados como en España, casi tanto como la ausencia de Bill Clinton, el gran desaprovechado en esa larga gira en la que su esposa, gane o pierda, no ha logrado enganchar.