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Semana de pasión del terror islámico

Semana de pasión del terror islámico

La redacción de Charlie Hebdo estaba protegida por una puerta que solo podía franquearse tras teclear un código digital. Dos terroristas islámicos toparon con este obstáculo en enero del año pasado. Coincidieron con la llegada de una dibujante del semanario satírico, Coco. La encañonaron y le obligaron a introducir la clave. Los hermanos Kouachi no la hirieron, se adentraron en la sede de la revista y mataron a doce de sus compañeros. La esposa de uno de los asesinados, Maryse Wolinski, recuerda secamente en un libro de reciente publicación que la caricaturista que facilitó el acceso ha de vivir con esta decisión. Coco es madre de familia, continúa trabajando en Charlie Hebdo.

Un año después del atentado contra la revista, el terrorismo islámico inició ayer su salvaje semana de pasión. La escena de la dibujante, abriendo las compuertas a los terroristas que mataron a sus compañeros, funciona como una perfecta metáfora de la Europa autocomplaciente que ha servido de matriz acogedora a los terroristas. La certificación de que un Estado no controla partes significativas de su territorio, es una evidencia en Afganistán y puede llegar a comprenderse en Colombia, pero resulta inconcebible en Bélgica. En especial porque el territorio de excepción se adentra en la misma Bruselas, capital continental. Europa se protege con códigos digitales que a continuación revela generosa a los asesinos. El contribuyente paga el dispendio y la cuota de sangre. Siempre atentos al enmascaramiento lingüístico, los dirigentes de la Unión se refugian en la "política de integración".

En la serie de onces de septiembre portátiles que protagonizan la última década europea, la masacre bruselense llega cuatro meses después del centenar largo de víctimas parisinas. Aumenta la cadencia de los atentados. Sin apuntarse al disparate de una guerra civil pese a la torpeza de las autoridades legítimas, se ha acelerado la respuesta de los terroristas a medidas policiales como la detención de Salah Abdeslam. Este cobarde islámico se ha ofrecido a pactar una reducción de pena, a cambio de delatar a sus acompañantes en las labores asesinas. Otro éxito de la política de integración.

El París noctámbulo significó una excepción, el terror madruga para matar a primera hora de la mañana. El horario une a Bruselas con Nueva York, Madrid o Londres. Todos los casos próximos corresponden a un terrorismo islámico netamente europeo. Es decir, perpetrado por terroristas tan arraigados como los movimientos corsos, norirlandeses o vascos. El diseño y la financiación de sus matanzas se realizó en el espacio Schengen. Se matriculaban en universidades españolas, o eran recibidos en el Elíseo por Sarkozy como modelos de la política de integración. A menudo, ni siquiera han necesitado el código digital, y mucho menos la patada en la puerta. Ya estaban dentro.

Bélgica ordenó ayer el confinamiento de los alumnos en sus aulas. Los niños europeos no se sometían a restricciones tan drásticas desde la Segunda Guerra Mundial. Terrorismo islámico y cierra Europa, de nuevo inútilmente porque la peste se encuentra intramuros de la ciudad fortificada. Los gobernantes justifican su inoperancia en la necesidad de habituarse a sufrir un atentado ¿cada año?, ¿cada mes? Este argumento se queda a un paso de la faceta más intolerable del terrorismo islámico, la culpabilización de las víctimas a cargo de las superblindadas autoridades intelectuales y políticas.

Un ciudadano europeo, posiblemente musulmán, es asesinado por un terrorista islámico. Sería exagerado culpar al muerto de su fallecimiento, pero la intelligentsia responsabiliza al ciudadano, posiblemente musulmán, que se ha salvado de milagro al circular por la otra acera. Además del susto, se lleva un rapapolvo. Los malabarismos dialécticos pretenden soslayar la evidencia de que un asesinato es responsabilidad exclusiva de su perpetrador. El propio Abdeslam demuestra que no se trata con fanáticos poseídos por una pureza interior, sino con descerebrados a menudo más corruptos que sus víctimas.

De los escritos de condena emanados de las cancillerías se suprimen cuidadosamente términos como "islámico" o "yihad", para navegar en el terrorismo abstracto. Ni hablar de una renovación del Islam, ni de preguntarse con cuántos apoyos belgas contó Abdeslam para sobrevivir en una Bruselas blindada. La suerte de Occidente no quedó sellada el día en que dibujó por primera vez una caricatura de Mahoma, sino el día en que renunció a dibujar caricaturas de Mahoma. Por miedo.

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