Cuando se van peinando canas, los funerales llegan a convertirse en actos sociales de obligado cumplimiento. En uno de ellos, de mí tío Eliodoro Gras, fallecido esta semana batiendo con 103 años por días a Kirk Douglas, coincidí con un pariente, a la sazón psiquiatra de reconocido prestigio, de nombre José Rodríguez Ercilla y antiguo director del Psiquiátrico de Santa Faz. El encuentro trajo a mi memoria una novela de Torcuato Luca de Tena, Los renglones torcidos de Dios, cuya acción discurre en un sanatorio psiquiátrico. Así denominaban en ella a los internos: renglones torcidos, seres a los que la naturaleza por exceso o defecto ha creado con taras psíquicas. El psiquiátrico en el que se ha convertido el Hércules también alberga a personas que parecen renglones torcidos, individuos que no actúan con la normalidad que la mayoría de la sociedad espera de ellos. Sus actos parecen propios de alguien que ha sido privado de la razón. De alguien que actúa como un renglón torcido.

Todo viene siendo una locura en los despachos de Zarandieta. Nombramientos, ceses, fichajes, comunicados, reuniones, todo un sin sentido achacable a quienes no toman las decisiones con la esperada racionalidad que se les supone. Son los mismos que en otros ámbitos de su vida actúan de distinta manera. Triunfadores en sus diversas empresas, con fortunas y haciendas, pero que al tomar el mando del Hércules utilizan métodos que en sus demás negocios no tomarían en ningún caso.

Tanto Ortiz, como su último socio, Ramírez, son personas de éxito en el mundo empresarial. Han hecho dinero y se han buscado notoriedad social, que ha culminando con la toma del club alicantino poseyendo la mayoría accionarial. Pero al tener que manejar los hilos del Hércules, se convierten en renglones torcidos, en orates que perjudican a todo aquél y todo aquello que les rodea. La única solución viable para este Hércules de agonía insufrible en lo institucional, que se ve reflejado en lo deportivo, consiste en que el único que parece no actuar como un renglón torcido, Quique Hernández, y que se supone tiene la confianza el máximo accionista, tenga a la vez la libertad de tomar decisiones en ambos campos que puedan cambiar el rumbo demencial que el Hércules tomó desde que Ortiz se hizo con la propiedad.

Tras su salida extemporánea por mor de los enfrentamientos con el socio de Ortiz, su vuelta se antoja la última posibilidad de que la entidad herculana pueda navegar en el mar de la tranquilidad, y conseguir desde la presidencia, que él sí honra, la salvación de un equipo que va a la deriva sin encontrar puerto donde fondear y limpiar su quilla de la suciedad acumulada durante años de travesías irracionales.

Apartar los renglones torcidos se hace imprescindible si se buscan resultados inmediatos que terminen con la permanencia en la división de bronce, que de maldita ha pasado a ser deseada. Tal ha sido la ominosa gestión de los socios mayoritarios.