Veinte días después de leerle la cartilla a la plantilla y de respaldar «al 200%» la continuidad de Portillo, el accionista de referencia Juan Carlos Ramírez ha visto cómo el director deportivo del peor Hércules de la historia da un paso al lado para seguir trabajando «desde otras parcelas de la entidad para llevar a este gran club donde se merece su afición». Nada puede sorprenderle ya a Ramírez, anterior «hombre fuerte» del Elche, que a finales de febrero de 2017 repitió la misma fórmula para refrendar al entonces técnico blanquiazul Luis García Tevenety seis días después lo despidió sin contemplaciones.

No es mal fario del empresario vasco, ni que le afecte la «maldición del comentarista», sino la consecuencia lógica de una entidad casi centenaria que zozobra a la deriva en este vigésimo aniversario del mandato caprichoso, endogámico y familiar de Enrique Ortiz, el suegro del yerno. Apenas nada ha cambiado en el club en estos tres años que van desde la salida de Tevenet a la de un triste y superado Jesús Muñoz, otra torpe y fallida apuesta a la desesperada de Portillo para intentar salvar los muebles. La única novedad en este tiempo es que a Ortiz se le ocurrió convertir en socios, a través de Zassh Tecnológica, a Ramírez y su yerno para intentar zanjar las insalvables diferencias entre ambos: personales, deportivas, de carácter... Pero de nada ha servido.

Portillo, sin preparación propia ni habilidad para dejarse aconsejar, ha fracasado estrepitosamente en su aventura en solitario como director deportivo y «Penélope» Ramírez ha esperado su oportunidad hasta que se ha estrellado el padre de los hijos de Laura Ortiz con el Hércules de cuerpo presente. No es nada personal; son sólo negocios. Pero la Segunda B es una ruina y la Tercera es causa de disolución...

Víctima de su incapacidad, el exdelantero del Hércules y el Real Madrid se ha visto obligado a inmolarse cuando ya estaba negociando la profunda remodelación que necesita el equipo en el mercado de invierno para intentar mantenerse a flote en la segunda vuelta. De quedarse a finales de junio a 180 minutos del ascenso al fútbol profesional ha pasado en apenas cinco meses a tener que apartarse por el interés general del herculanismo y para evitar un incendio en el Rico Pérez.

Gestionó mal la no salida y renovación del entrenador Lluís Planagumà, pese a la confesión del técnico catalán de que le faltaban energías para seguir; confeccionó una plantilla que va directa al abismo con jugadores muy caros que no se adaptan a la categoría y ofrecen un rendimiento ínfimo; fue incapaz de rectificar con un entrenador como Muñoz sin experiencia ni presencia de ánimo o a la hora de cubrir bajas de larga duración como la de Samuel...

Un despropósito tras otro, sólo justificables desde el amparo familiar. Enfrentado con Ramírez, Planagumà y buena parte del entorno, Portillo se retira a los «cuarteles de invierno» del Hércules a la espera de tiempos mejores, si es que llegan.

Mientras, el inversor vasco y expresidente recurre a su particular «ley del péndulo» y apuesta por la «mano dura» que representa un técnico como Vicente Mir, que llega tras sendos fracasos en el Alcoyano y el Elche previo a Pacheta, aunque con el Hércules disputó la eliminatoria final por el ascenso a Segunda ante el Cádiz en junio de 2016.

En una situación tan crítica e insólita como la que atraviesa el club alicantino, pueden ser más necesarios el diálogo y la convicción que el látigo para sacar del pozo a un vestuario, o lo que vaya quedando de él, que no está acostumbrado a pelear en el barro... «Manca finezza» y sobra testosterona. Por encima de todos ellos, y de una plantilla pusilánime y mal acostumbrada a privilegios del fútbol profesional cuando van directos a Tercera por su incompetencia, emerge la figura de Enrique Ortiz, «factotum» de este desbarajuste desde finales de noviembre de 1999 cuando el mundo empresarial y el político firmaban sus alianzas incestuosas con los clubes de fútbol como coartadas, rehenes y víctimas a la postre.

El empresario hace y deshace a su antojo en el Hércules, entre otras razones, porque sabe que nadie va a venir a pujar con él por un club de Segunda B con una deuda multimillonaria con Hacienda y los acreedores. Esto no es el Elche, vendido por Sepulcre al argentino Bragarnik en una óptima situación deportiva, con una deuda controlada, un acuerdo con la Agencia Tributaria y el equipo muy firme en la parte alta de la rentable Liga Smartbank...Ahora se va, pero se queda Portillo, al tiempo que vuelven Mir y Ramírez en lo que tiene traza de ser un nuevo parche en un barco que se hunde; una solución de emergencia en una entidad que ha hecho de la improvisación una norma y de la profesionalización una utopía.

La afición y el sentimiento blanquiazul no se lo merecen, pero son el mayor patrimonio del club y el principal argumento para creer en la salvación en estos tiempos de ruina y miseria. Cada vez peor; cada vez más rotos...