El temblor se ha instalado en el Rico Pérez, pero nadie se atreve a intervenir. Al menos, de momento. Plantilla, entrenador y director deportivo están en el centro de la diana por la penosa situación del Hércules, pero de momento todos siguen en sus cargos. Nadie les asegura que vayan a llegar con ellos al fin de un 2019 que se ha convertido en una auténtica pesadilla. El más señalado, Javier Portillo, juez y parte al mismo tiempo, sopesa dar un paso al lado por el bien de la entidad pese a que no cree que sea él el problema, ni su marcha la solución.

De momento, el director deportivo blanquiazul permanence en silencio, meditando si su movimiento a un segundo plano apaciguaría el ambiente y saciaría el hambre generalizado de que ruede alguna cabeza por la peor situación deportiva del Hércules en 97 años de historia. El domingo, tras la debacle en La Nucía, el que se pronunció fue el presidente, Carlos Parodi, que reconoció haber sentido «vergüenza ajena». Ha sido la única voz autorizada que ha atendido a los micrófonos hasta ahora, el resto de directiva ha optado por el silencio.

Enrique Ortiz no presenció el encuentro en el Camilo Cano ni tampoco acudió al rapapolvo que dio Juan Carlos Ramírez la pasada semana a la plantilla, pero tiene siempre la última palabra. Y ahora debe gestionar la difícil papeleta que se le presenta, una situación entremezclada entre familia y negocio. Portillo, como eslabón entre una y otra.

El director deportivo, también accionista del club y socio de Juan Carlos Ramírez en Zassh, podría dar un paso al lado esta misma semana, pero ello no garantizaría que el equipo puntuase este domingo (18 horas) ante el Olot. Tampoco esa decisión provocaría que los futbolistas jugaran más liberados y con menos lastre a cuestas, quizás precipitaría el efecto contrario y saldrían más desprotegidos, sin el parapeto de Portillo, a quien a buen seguro irán dedicados los primeros silbidos. Que los habrá.

Desde el club ya han señalado bien claro que sobre quien cae la verdadera responsabilidad de la nefasta situación es sobre el vestuario. Los jugadores están marcados y ellos mismos han ido entonando el mea culpa durante las últimas semanas. Falcón, como máximo representante de la plantilla tras la lesión de Samuel, primer capitán, reconoció ante la afición en la puerta 0 del Rico Pérez que habían «tocado fondo». En esa línea de autocrítica gira todo el discurso del vestuario, con micrófono encendido y también apagado. Tampoco pueden decir otra cosa, el equipo, confeccionado para la cota más ambiciosa, flirtea desde la primera jornada con el descenso a Tercera y 14 jornadas después es preso de su repetida sucesión de errores.

Una vez enfocada la culpa, e incluso asumida por los futbolistas, se mira más arriba, a quien se encargó de ficharlos. Es inercia, no inquina. También es cierto que la plantilla la asumió con ilusión toda la afición en verano, con la llegada de futbolistas de caché sobre el papel. A Alejandro Alfaro no se le puede discutir trayectoria, pero sí rendimiento. Yeray probablemente era uno de los mediocentros más apetecibles del mercado en Segunda B. No sólo ellos dos, ninguno ha respondido y únicamente Falcón mantiene la compostura entre la debacle generalizada. Tampoco el técnico, Jesús Muñoz, ha arreglado nada y su futuro pende de un hilo porque tiene al equipo en la misma situación dos meses después.

En esa asunción de errores también debe entrar Portillo, que con toda probabilidad continuará en un cargo que cada vez le adelanta la fecha de caducidad y que le supone un desgaste incalculable. Terminará apartándose de la primera línea y asumirá otro rol, quizás de nueva nomenclatura, algo así como vicepresidente deportivo, en el que alterne su poder accionarial (y el de Ortiz) y su labor más futbolística. Para ello deberá contar con un director deportivo. Es la solución más inteligente, aunque probablemente no la más idónea ahora mismo, cuando las prisas lo devoran todo. Quizás ahora lo que necesite este Hércules agonizante es gente de la casa, caras amables en las que se identifique la afición y que, por otro lado, sientan al club como propio.

Por otra parte, el Hércules tiene asumido que deberá acudir en masa al mercado de invierno y que el lavado de cara de la plantilla será drástico. Como mínimo cinco altas y cinco bajas, con el desembolso económico que ello conlleva. Una plantilla más cara que nunca para evitar un ridículo histórico, el descenso al cuarto escalón del fútbol nacional. Ahí es nada. Donde más tendrá que reforzar será en defensa, el lugar más asolado por las bajas ( Felipe y Samuel) y por los fichajes transparentes. El central Teo Quintero ni siquiera aparece en plena crisis de la defensa y el lateral Rulo no va ni convocado.

Sin embargo, quienes deben responder en los próximos cuatro partidos, los que faltan hasta el parón de Navidad, son los jugadores que hay a día de hoy en plantilla. Sea cual sea su futuro a partir del 1 de enero lo que está claro que más palos en sus ruedas no se pueden poner y que el club debe tratar de apoyarlos, aunque sea por obligado interés, para que la crisis no vaya a más. Que todo es posible.

No será fácil encontrar para el mes de enero a jugadores que quieran y puedan ayudar a salir del pozo más denso al Hércules. La dirección deportiva debe cambiar el perfil de los futbolistas que tenía en mente hace unas semanas, cuando todavía se creía que el equipo iba a seguir peleando por la quimera del ascenso a Segunda. Ahora se deben buscar futbolistas de pierna fuerte, de compromiso inquebrantable y con amplia experiencia en situaciones extremas. Curtidos en mil batallas y conocedores de la angustiosa cara oscura (más todavía) de la Segunda B.

Y, sobre todo, que el director deportivo sobre el que se deposite la confianza de la confección de la plantilla comience ya. Que los fichajes de enero se tengan decididos en dos semanas. Todo lo que no sea eso volverá a ser una pérdida de tiempo en la que el único perjudicado será, como siempre, un Hércules que sobrevive casi milagrosamente a la sucesión de malas decisiones.