«¿Es el enemigo? Que se ponga. ¿Ustedes podrían parar la guerra un momento?», solía decir el humorista Miguel Gila, que nació en Madrid (1919) y murió en Barcelona (2001). Dos ciudades que representan la «guerra» político española. Los dos frentes. Pues qué necesario sería que alguno de los representantes con poder mentara al bueno de Gila para construir puentes en vez de derribarlos. Más humor y soluciones, menos orgullo patrio. Sin gracias pero con compromiso es lo que mostró Iker Casillas hace 4 días: «En mi país, en Catalunya, se han visto imágenes horribles. Quiero pensar que se puede volver a ser coherentes y a poder tratar los temas con la seriedad que merecen. Buscar posibles entendimientos. ¿Sería factible dialogar?». Punto. Porque eso de que hay que separar el fútbol de la política es no querer mirar a la vida. Lo mismo que pretender separar a Eloi Gila del Cornellà. Clase y carácter. No se caracteriza por su regularidad, pero el día que el atacante está rumboso, el equipo se suelta. Ahí está la asignatura pendiente de Guillermo Fernández. Conectar definitivamente a Gila bien puede valer volver a quedar clasificado entre los cuatro primeros, pese a que las sensaciones a día de hoy indiquen que va a ser muy complicado. Además, ha caído Mingote, pilar en el eje de la zaga. No solo eso. El equipo nota las marchas de Pere (Majadahonda), Caballé (Ibiza), Gaspar (Mérida) y Agus (Birmingham). Por lo tanto, solo olvidando el pasado y aumentando el nivel individual y competitivo en el presente parece estar el camino. Si no lo consigue, siempre se puede tomar con humor la vida. Que no siempre se puede estar con los mejores. Miguel Gila diría: «El patriotismo es un invento de las clases poderosas para que las clases inferiores defiendan los intereses de los poderosos». ¿Y el fútbol?