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Naufragio anunciado y despido tardío

El Hércules desaprovechó la opción de dejar irse a Planagumà en junio y ha perdido dos meses y medio y 11 puntos con el liderato

Planagumà, el domingo ante el Sabadell. Jose Navarro

Casualidades y caprichos del fútbol, Planagumà sale del Hércules apenas una semana después de que el Valencia despidiera a su maestro Marcelino García Toral. El técnico asturiano cayó por sus diferencias con la propiedad y al preparador barcelonés le ponen en la calle los pésimos resultados del equipo blanquiazul, que firma su peor inicio de siempre en sus 17 temporadas en Segunda B, pero también su mala relación con el director deportivo Javier Portillo. La brecha entre ambos ha ido creciendo sin remedio desde la dolorosa y traumática derrota en la final por el ascenso ante la Ponferradina y ahora el club vuelve a ser el principal damnificado de una destitución tan previsible como tardía: el equipo ocupa plaza de descenso, el primer puesto está a 11 puntos y cunde el desánimo entre una afición que la temporada pasada volvió a ilusionarse como en los mejores tiempos de esta entidad ligada casi genéticamente a la inestabilidad y la convulsión. Pasan los entrenadores, pero el problema permanece; es estructural.

«Juego de tronos»

Las diferencias Portillo-Ramírez y el cambio de bando del técnico

Después del enorme fiasco de Ponferrada (4-1 en la eliminatoria final en un año propicio para el retorno al fútbol profesional), el pasado mes de junio era el mejor momento para haber finiquitado una relación contractual, la de Planagumà y el Hércules, en la que ya no creía ninguna de las partes. Lo puso en bandeja el técnico con su amago de despedida en El Toralín («Vine para ascender, pero hace falta otra energía») y había tiempo suficiente para gestionar la sucesión en el banquillo. Sin embargo, el «juego de tronos» en el seno del club, o sea, las diferencias entre Portillo y el inversor-accionista Juan Carlos Ramírez volvió a operar en contra de los intereses de la entidad. Aunque los dos figuran como máximos accionistas, apenas se dirigen la palabra tras un largo historial de desencuentros. Y con éste, uno más. Cuando el director deportivo creyó que lo mejor era suplir a Planagumà por Munitis en verano, Ramírez -partidario siempre de técnicos con otro perfil más «duro»- se convirtió de repente en defensor del barcelonés para llevar la contraria a Portillo y convenció a Enrique Ortiz de que había que renovar al preparador, a pesar de su falta de energía y motivación para liderar otro proyecto ganador. Total, que se han perdido más de dos meses y medio y tres de los cuatro últimos partidos para llegar al mismo punto de partida: la necesidad de un cambio de rumbo para buscar un Hércules con otra mentalidad.

Conservadurismo

Planagumà y la falta de juego y agresividad mental para ganar

El técnico catalán, que pronto cumplirá 39 años, llegó al Hércules como una apuesta de futuro, pero poco recorrido para un club tan turbulenta (dirigió 14 partidos en Segunda A con el UCAM Murcia y varias temporadas en Segunda B con los filiales del Granada, Espanyol y Villarreal). Su discurso era atractivo y coherente y los resultados fueron brillantes en su arranque de temporada 2018-19 con cuatro victorias consecutivas y liderato después de un año nefasto para el Hércules. No obstante, el juego del equipo -basado en mucha disciplina y rigor táctico desde la defensa- no terminaba de convencer a la exigente parroquia herculana por sus dificultades para llevar la iniciativa del juego y gobernar los partidos con la autoridad propia de un firme candidato al ascenso como siempre debe ser el club alicantino. Más preocupado de defender y no encajar goles que de atacar y marcar el «tempo» de los partidos, dio la sensación de que el cartel de favorito le pesó demasiado a Planagumà; en definitiva, que empezaba a venirle grande el cargo cuando no fue capaz de asegurarse el primer puesto del grupo, que facilita mucho el ascenso y que al final fue para el Atlético Baleares. Esa querencia por defender y asegurar la portería a cero, esa falta de costumbre de mandar en los partidos y de agresividad mental resultaron letales a la hora de la verdad, en la eliminatoria final ante la Ponferradina.

Incomunicación

El divorcio en la parcela técnica pasa una cara factura al equipo

Desde el desastre de El Toralín, todo a ido a peor en el Hércules, como se evidenció el pasado domingo en el pésimo partido de los blanquiazules en el Rico Pérez ante el Sabadell (0-2). La buena conexión entre Portillo y Planagumà saltó por los aires con el amago de despedida del técnico, que le había «dado largas» al director deportivo y a sus propuestas de renovación. Dolido por que el exdelantero de Aranjuez sondeara a Munitis como posible relevo, el preparador se refugió en Ramírez y Ortiz. Una ruptura en toda regla, a la que Planagumà le puso letra en su rueda de prensa del pasado domingo, que sonaba a epitafio: «Tengo la confianza de Enrique y Juan Carlos, pero los resultados son los que son». La pérdida de sintonía mutua entre los dos máximos responsables de la parcela técnica fue «in crescendo» desde el final de la temporada pasada y el mayor perjudicado seguía siendo el Hércules. Discreparon sobre la continuidad o no de Jona, la de Juli, la renovación de Samuel y Chechu Flores, la de otros jugadores antes de la final por el ascenso, el fichaje del sub'23 Teo Quintero; se lanzaron mensajes cruzados sobre la confección de la plantilla, la calidad de la misma, la falta de un «9» rematador y hasta el esquema de juego y el estilo de fútbol que debía practicar el equipo... Por todo ello el naufragio estaba anunciado: a Planagumà le faltaba energía, Portillo ya no le tenía fe y ninguno de los dos se tenía confianza. Un abismo entre el banquillo y la secretaría técnica.

Deterioro creciente

El legado de un equipo sin rumbo y un vestuario desconcertado

El deterioro de la situación y los efectos del divorcio Planagumà-Portillo comenzaron a notarse desde el empate en la primera jornada en El Prat (1-1), se agudizaron en la segunda jornada con los extraños cambios ante el Villarreal B y estallaron con toda la fuerza en el desastroso partido del domingo. El técnico le dio varias vueltas al esquema en los sucesivos partidos con tres derrotas consecutivas, nunca tuvo claro qué centro del campo quería y fue incapaz de sacar rendimiento a jugadores más que contrastados como los hermanos Alfaro, Borja Martínez y Benja. Casi toda la plantilla ha comenzado el curso muy por debajo de su nivel -alarma especialmente el estado de Samuel y Yeray y la pérdida de pujanza por la banda derecha sin Juanjo Nieto- y la apuesta el domingo por el doble pivote Alvarado-Yeray terminó por dejar al equipo huérfano de rumbo. Pero peor aún que la falta de juego y de grupo fue la pésima imagen de un equipo desmotivado, sin hambre ni ambición, ajeno a las críticas del Rico Pérez, que les abroncó en el descanso y la desidia y la falta de actitud continuaron al comienzo de la segunda parte. En resumen, un equipo sin alma ni carácter, ausente de dirección y de exigencia desde el banquillo. Donde el año pasado Planagumà transmitía fuerza y convicción, el domingo solo se percibió indiferencia y hastío, una pereza antigua con solo un mes de competición.

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