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Portillo-Planagumà, estéril historia de un desencuentro

Las diferencias entre el técnico y el director deportivo han ido creciendo desde el pasado mayo y suman un nuevo episodio con el fichaje del sub-23 Teo - Ambos coinciden en que es el otro quien traicionó la confianza y dinamitó la buena sintonía entre los dos

Javier Portillo y Lluís Planagumà, sin mirarse, en el último acto del club en el que han comparecido juntos, el de la presentación del uniforme. rafa arjones

No se puede evitar. Ocurre. Y casi siempre de la misma manera. El peso viscoso de la rutina, la vanidad, las medias verdades y los miedos pasan factura, no distinguen entre malos y buenos, por eso todo se termina, por eso el amor se esfuma dejando tras de sí un halo de perfume amargo como la propia vida. Y lo que empieza siendo una suerte de caricias y miradas tiernas acaba en una amalgama de reproches en voz baja, de quejas a terceros y mensajes a deshoras para aliviar la pena en un diván podrido de tanto escuchar lamentos. Portillo y Planagumà están lejos de ser un tándem bien avenido, cómplice, productivo, y se han convertido en eso otro tan abundante en el Hércules: dos litigantes de una causa estéril.

Todos los fracasos dejan cicatrices, también a los que se les aplica maquillaje inmediatamente. Pero no fue esto lo que abrió la primera brecha. Las reticencias del entrenador a aceptar sin titubeos la propuesta de renovación que le puso sobre la mesa el director deportivo provocó mucha desazón. Fue antes de empezar el play-off, pero el barcelonés prefirió esperar. Sospechaban en las oficinas que por la posibilidad de que el técnico pudiera estar al tanto del interés por hacerse con sus servicios de un club de superior categoría, concretamente el Almería. De pronto, ese fantasma empezó a aparecérsele a todo el mundo. Y la confianza mutua, esa pátina débil que se evapora en cuanto le da un poco la luz, comenzó a resquebrajarse.

Con dos eliminatorias superadas, el entrenador creyó conveniente recomendar al responsable del área técnica que renovara a un número muy concreto de futbolistas, creía él que con eso estarían más tranquilos y eso ayudaría a lograr el objetivo. Pero el director deportivo, que además de serlo es responsable de la viabilidad económica de la entidad de manera documental, no vio aconsejable hipotecarse antes de haber obtenido rédito alguno. Ocurrió lo que ocurrió en el cruce con la Ponferradina y, a escasas horas del cataclismo, a Planagumà nadie era capaz de quitarle de la cabeza que buena parte de la responsabilidad la había tenido Portillo por no aceptar su sugerencia. Se lo dijo a quien le quiso escuchar y caló el discurso, se lo acabó comprando hasta la plantilla, que también lo utilizó como parapeto cuando se le cuestionaba por los motivos del fiasco.

Aquella rueda de prensa que sonó a despedida en Ponferrada en la que el entrenador apeló a la falta de energía aceleró la búsqueda de un sustituto. El elegido: Pedro Munitis. Un amigo personal del exdelantero cántabro llegó a llamar para pedir referencias de José Végar, que debía ser su segundo sí o sí cuando firmara. Y así, el entrenador que había rechazado una propuesta de renovación un mes antes fue como sintió la traición en propia carne. Y como la diferencia entre irse y que te larguen es notabilísima, el preparador barcelonés empezó a tocar puertas hasta que abrió la única que Portillo no podía cerrar: la de los accionistas. Planagumà se ganó el favor de Juan Carlos Ramírez -siempre receptivo a las causas contra el joven Javier- y de Enrique Ortiz, más pendiente de no perder un socio colaborativo en lo económico que de cualquier otro motivo. Se impuso la voz de los dueños, contentos con el estilo, el trabajo y la forma de llevar el equipo del entrenador, y la renovación quedó encarrilada. Planagumá sigue, había que decirle a Munitis que tal vez a la próxima hubiera más suerte, con todo lo que eso conlleva en desgate de prestigio.

La batalla más importante la había ganado Planagumà, pero como todos los que se saben victoriosos, lo más difícil es saber parar. Reforzado por el respaldo de los dueños, empezó a exigir cambios, y todos, maldita casualidad, dejaban al director deportivo en un lugar poco decoroso. Pidió renovar a Chechu y Samuel, sacar a Juli de la ecuación y, lo más proceloso, rescindir a Jona (apuesta de riesgo del director deportivo) para poder seguir contando con Emanà. Portillo, volviendo a apelar a su sentido de club, se plantó. Prefirió invertir los cerca de 300.000 euros que le costaría sacar al hispano-hondureño del vestuario en fichar a Yeray, Alejandro Alfaro y Borja (éste cuando se pusiera a tiro porque era una opción fundamental para él). El exdelantero de Real Madrid cree que la función de su entrenador es rescatar para la causa a un jugador con las facultades del nueve malagueño, al que no le vendría mal algo de «cariño» de su técnico para no seguir menoscabando su confianza.

Tensión

Lejos de destensar la cuerda en verano, Planagumà, que -como todos los entrenadores- sabe que es el eslabón más débil cuando arranca el curso si los resultados no llegan es él, empezó a airear carencias en la confección del equipo a pesar de que la mayor parte de los refuerzos hubieran contado con su beneplácito. Se quejó de la falta de juego por fuera, de un rematador que fuera vertical (como el camerunés) y comenzó a aplicar vendajes antes de sufrir la herida. Sin embargo, no llevó su desafío al extremo porque en todas las guerras hay daños colaterales y en un club de fútbol un técnico trata de que la onda expansiva no llegue al vestuario. Poner el énfasis en las debilidades del equipo puede hacer pensar a los jugadores que se esté dudando de su valía, y eso siempre es malo para el encargado de darles las órdenes. Así que Planagumà mandaba su mensaje y al mismo tiempo insistía en que el plantel de futbolistas a su disposición era difícilmente mejorable. Portillo subrayó esa contradicción de su entrenador -sin necesidad de nombrarle- en todas las ruedas de prensa en las que se le cuestionaba por las insistentes demandas del técnico.

El mal encaje del «nueve»

Empezó la Liga y el Hércules empató en El Prat. Lo hizo después de que Jona, titular por saturación de bajas en la delantera, fuera incapaz de rematar a puerta ni uno solo de los envíos de Borja y Moha, óptimos la mayoría de ellos. Para su desgracia (suma 21 meses sin ver puerta en un encuentro oficial), su sustituto, Benja, adelantó al equipo casi en la primera pelota que tocó. Jona no fue responsable del error en cadena de Samuel y Falcón que propició el empate, pero se llevó la reprimenda del preparador barcelonés en la sala de prensa. Planagumà focalizó el drama en la ausencia de un rematador dentro del área, llegó a sugerir que solo serían capaces de marcar empujando una pelota que estuviera parada encima de la línea de gol. Lo repitió varias veces para que calara el mensaje. Y llegó, claro que llegó. Y dolió, dolió más de la cuenta.

Tres días después, y a pesar de la defensa a ultranza del entrenador de no necesitar que le trajeran jugadores sub-23 para no cerrarle el paso a la cantera (el domingo entró el central Álvaro en lugar del lateral Olmedo cuando se lesionó Felipe Alfonso), Javier Portillo cerró el fichaje por dos años de Teo Quintero, una operación que se fraguó a espaldas del míster, que desconocía por completo que hubiera interés por el zaguero zurdo de 20 años con doble nacionalidad: española y venezolana. Planagumà lo entendió como otra traición y así se lo hizo ver a la parte del entorno que sí le tiene fe. El pulso es evidente y la desconfianza mutua, y el principal perjudicado, como siempre, es el Hércules, que sufre con desánimo frustrante como de aquel «juntos y en armonía» que hizo suyo el entrenador en su primer día en Alicante ya no queda ni la conjunción.

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