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El lado zurdo del talento

El Hércules logra retener a un central con hechuras de gran futbolista, joven, implicado, identificado y con una capacidad de desarrollo incuestionable

El lado zurdo del talento

Encontrar tu sitio en el mundo es tan importante como aprender a respirar. Pablo Íñiguez llegó demasiado pronto a Primera, con solo 19 años. Pero la vida de los héroes mundanos no conoce atajos. A la cima se llega apoyado en la superación personal, el trabajo y la dosis de fortuna adecuada para cada caso. Internacional en categorías inferiores, estreno con el primer equipo del Villarreal a los 17... Todo apuntaba a eclosión temprana, pero no. El vértigo se detuvo en 2016, primero en Vallecas y luego en Reus. Diecinueve partidos entre las dos campañas. Ahí la cabeza empieza a dar vueltas, a jugar malas pasadas, a tejer una tela pegajosa que te ata los pies y te impide saltar.

En aquel verano, el del año pasado, en plena canícula, sonó el teléfono. «Hola, Pablo. Soy Javier Portillo...». Lo que ocurrió después es la historia de la recuperación de un central con unas cualidades incuestionables que necesitaba espacio para poder desarrollarse .

Íñiguez es consciente de todo, por eso, después de sopesar la opción de regresar al fútbol profesional, descartó esa vía y le dio un sí definitivo a quien le otorgó la oportunidad de volver a sentirse importante, capital, indiscutible, titular con mayúsculas. Ni el inoportuno poste de una boca de riego contra el que se estrelló, ni un doloroso cólico nefrítico le quebraron el ánimo. Tampoco la pérdida del favor del entrenador, que aprovechó un mal día del burgalés en Cuenca (recién recuperado de una de sus convalecencias hospitalarias) para intentar ser justo con Pol Bueso, que se dejaba la piel en cada entrenamiento sin obtener recompensa.

Siete jornadas duró ese periodo de tímidas tinieblas para un Pablo que, lejos de renunciar o desfallecer, volvió a aguardar su momento. Cuan llegó, ya no se bajó de la titularidad porque la realidad es tozuda, y la futbolística mucho más, así que negarla es una pérdida de tiempo.

La versatilidad del canterano del Villarreal ha alcanzado en Alicante un punto muy interesante. En una categoría desprovista en la mayoría de plantillas de verdadero talento natural, la figura de Íñiguez no pasa desapercibida. Sus fundamentos en una posición tan delicada como la de central zurdo son magníficos. Tiene anticipación, velocidad, juego aéreo y, por añadidura, todo lo demás a lo que renuncian quienes convierten su oficio en despejar bolas sin mayores contemplaciones.

El burgalés sabe manejar los pies. Su golpeo a larga distancia ofrece alternativas impagables en el inicio del juego. Es capaz de dibujar diagonales que sirven para superar varias lineas defensivas. Se proyecta en ataque, va bien de cabeza y, lo que es fundamental, hace mejor a su par en el perfil diestro. Samuel puede dar fe. Con él a su lado, el alicantino enterró los fantasmas de la campaña anterior y ofreció una versión más aproximada a lo que se esperaba de uno de los capitanes cuando se anunció su regreso a la capital.

La renovación de Pablo Íñiguez, sorteando el oropel y las burbujas que desprende el coto privado de LaLiga, se convirtió en una cuestión personal para el director deportivo, dispuesto a freírle el celular a llamadas. No fue necesario.

Dar lo mejor

Sentirse importante, respaldado y no considerarse imprescindible es la ecuación de éxito profesional que mejor funciona. Con Íñiguez, ese paradigma se cumple a rajatabla. El burgalés ha encontrado en el ideario de Planagumà un lugar cómodo porque da lo que no pueden dar otros: riesgo controlado y calidad con y sin la pelota. Cuando recaló en Alicante, la dirección deportiva le imaginó jugando al lado de Álvaro Pérez.

El entrenador apostó por otra dupla entonces, sublimó la defensa del juego aéreo, de modo que quienes tuvieron esa visión estival se acabaron resignando. Conjugar el talento de Íñiguez con la energía de Álvaro es una fórmula a explorar este año, uno de esos detalles que el entrenador tiene que estar dispuesto a barajar por el bien común, por el proyecto y por quienes le han concedido una segunda oportunidad a pesar de no haber cumplido con el único objetivo posible: salir del agujero de la Segunda B.

Íñiguez tiene margen de mejora y una progresión imparable, tiene todo para triunfar y es encomiable que haya decidido hacerlo con el Hércules a pesar de que su cuenta corriente, a corto plazo, habría podido engordar sobremanera lejos de la 'terreta'. Su identificación con el escudo, con la grada, con la ciudad son más puntos a su favor, porque donde no llegan las piernas en algunos momentos, llega el amor propio, la certeza de estar haciendo lo correcto, de estar defendiendo un ideal y un proyecto con el que te une bastante más que el simple dinero.

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