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Orgullo herculano en El Toralín

Los 350 aficionados desplazados arropan a los jugadores sobre el césped de la Ponferradina

Aficionados del Hércules, ayer, en una de las gradas de El Toralín. Álex Domínguez

No por lo anunciado duele menos. El partido de ida en el Rico Pérez difuminó casi por completo la opción del ascenso a Segunda, pero conforme pasaron los días la afición y el vestuario comenzaron a creer. Ésa fue, además, la palabra que más pronunció Planagumà en su última rueda de prensa..

Así, con los ojos puestos en una pirueta imposible, la masa social herculana llenó tres autobuses para Ponferrada en una tarde. El equipo se alimentó de esa confianza ciega e incluso el entrenamiento del jueves fue al que más afición acudió en toda la temporada.

A las cuatro de la mañana de ayer, todavía con noche cerrada, 350 valientes emprendieron camino hasta el Toralín, 800 kilómetros mediante. Era el partido 44 de la temporada, doce meses después de que comenzase ese Hércules 3.0 que promulgó Planagumà, y el herculanismo no falló.

Alrededor de las 16 horas, tras una enorme travesía que cruzó España de este a noroeste, los autobuses de los aficionados entraron en escena. En el párking de El Toralín, bajo un sol de justicia, esperaron pacientes el alcalde de Alicante, Luis Barcala; el concejal José Ramón González y el presidente del club, Carlos Parodi. A gritos de "Macho Hércules" la terna de personalidades, que había viajado junto al equipo el viernes, les dio una calurosa bienvenida.

Ponferrada, ya de por sí blanquiazul, se tiñó todavía más y una oleada de bufandas al viento inundaron un centro comercial colindante al estadio. Parada y fonda.

Tras el merecido repostaje, la afición se dirigió de nuevo hacia El Toralín para recibir a los héroes, que salían sobre las 18 horas del también cercano hotel Ciudad de Ponferrada, donde habían pernoctado. El Hércules llegó al estadio en olor de multitudes, esta vez sin bengalas como en el Rico Pérez, pero perfectamente arropado. Junto a ellos, otra multitud de hinchas locales, que trataron de boicotear sanamente los cánticos herculanos.

El rápido transcurso del partido enfrió a la afición alicantina, nuevamente sorprendida por un gol en contra a las primeras de cambio. No desistieron y el Hércules murió de pie. Aun así, los 350 aficionados herculanos saltaron al césped al término del partido para levantar a sus héroes, que buena culpa tienen de haber recuperado el sentimiento blanquiazul en la ciudad.

Las lágrimas de Juanjo Nieto dolieron a más de uno, quizás porque asumía que su despedida no era la pensada. Benja, también abatido, fue el último en alcanzar el túnel de vestuarios. El Toralín, en plena celebración, coreó el nombre de «Hércules, Hércules». Un club señor lo es en cualquier categoría. Un cierre amargo, pero con una afición a prueba de desventuras.

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