Pesadilla antes de la cremà. La Ponferradina despedazó ayer al Hércules en apenas cinco minutos de juego. Así, de un plumazo, difuminó un ambiente de campanillas gestado durante toda una semana y que había culminado con el primer lleno del Rico Pérez en ocho años.

El murciano Isi asumió el rol de verdugo y diseñó a las primeras de cambio una parábola imposible, un zurdazo que silenció a una ciudad inmersa en la sonrisa perpetua que otorgan las Hogueras de Alicante.

La marea blanquiazul había madrugado más que nunca. Los últimos coletazos de la fiesta nocturna se mezclaron con las primeras camisetas herculanas del día, que fueron coloreando la mañana de una jornada que esperaba ser redonda. En la mascletà de Luceros hubo más camisetas del Hércules que en muchos partidos del año. Al son del disparo de los pirotécnicos Ferrández, que volvió a abarrotar el centro de Alicante, se iniciaron los primeros cánticos de «¡Hércules, Hércules!». Un arranque no planificado, casi de desesperación de un grupo de aficionados por que llegara la hora del partido, que tuvo su continuidad en la basca blanquiazul. Hubo también hermanamiento con los aficionados ponferradinos que al mediodía se acercaron curiosos al epicentro de la fiesta. Nada hacía presagiar que iba a producirse un desenlace tan cruel.

El equipo se había aislado en Benidorm de las Hogueras y llegó alrededor de las 18.00 horas al estadio, donde más de un millar de personas esperaron entre una nube de humo de bengalas y el mismo cántico desenfrenado. Paró el autocar, bajaron los protagonistas y la afición calló para después explotar. Un recibimiento de Primera División y un ambiente ensordecedor fuera del estadio.

A falta de una hora del inicio del partido el Rico Pérez ya presentaba una entrada importante, la ilusión empañaba el ambiente y hacía estéril el amenazante sol del mes de junio. Nadie se quería perder el partido. En total, 26.257 espectadores. Entre ellos, una retahíla interminable de caras conocidas de todos los sectores de la sociedad. El presidente de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, tampoco faltó a la cita y pisó por vez primera el coliseo alicantino.

A las 19.26 horas saltó el Hércules al césped a calentar y el Rico Pérez se vino abajo. Poco a poco las gradas del estadio fueron perdiendo cemento y butacas y el aspecto fue adquiriendo aroma de partido de alcurnia. Para todavía dar más ruido a la cita se habían repartido 16.000 aplaudidores y el estadio comenzó a tronar. Hasta el silencio.

Poco antes de llegar al minuto cinco de juego el extremo murciano Isi Palazón se disfrazó de Boria para entrar en la historia negra del herculanismo. Como ya hiciera el Tigre de Matola con el Cartagena en 1991 (0-3), Isi enmudeció a un Rico Pérez ávido de buenas noticias. Un tremendo disparo de zurda, de fuera a dentro, noqueó a un Hércules que, no obstante, tuvo reacción con una ocasión que Benja no atinó a embocar.

El Hércules no se recuperó del golpe. Deambuló, lo intentó con más corazón que cabeza, pero ya no volvió a dar señales convincentes. Tampoco se supo atajar el desplome desde dentro y la Ponferradina de Bolo, acompañado por unos 300 aficionados ubicados en la grada del Mundial (más algún que otro grupúsculo repartido por el estadio), se adueñó del partido.

Apareció de nuevo Isi, con una pierna izquierda definitoria que nadie adivinó a frenar. Otro jarro de agua fría y 0-2 al descanso. La defensa, fortaleza inequívoca del Hércules durante toda la temporada, había sido derribada de dos cañonazos. El gol, el punto débil del curso, seguía sin aparecer. Ocasiones hubo, hasta un larguero de Jona en una intentona ya vulgar y desesperada, pero el Hércules estaba fuera de combate.

Los cambios, igual que en esta temporada rutilante que ayer encontró dura oposición, llegaron tarde y apenas variaron el dibujo. El 0-3 llegó en el minuto 67' y la gente comenzó a desfilar por las bocanas con rabia, desánimo y con la intención de levantar la turbulenta noche en las barracas aprovechando el día festivo de hoy.

La grada de animación, la incombustible Curva Sur, no calló. Fue el único bastión de un estadio abatido. Aun así, la despedida fue rápida. El gol de Samuel en el tiempo añadido deja una mínima esperanza entre la tremenda complejidad de la carambola. Muchos de esos casi 27.000 espectadores no lo vieron y quienes sí lo hicieron lo aceptaron con resignación: «A buena hora».

Aun así, en alguna grada se escuchó con más estruendo que convencimiento el «sí se puede». La solución es casi la misma en El Toralín: marcar tres goles. Después, esperar que la Ponferradina no haga ninguno. Si marcara uno, prórroga, habitual compañera antipática que a día de hoy suena a maná divino para el Hércules.

Por delante queda una semana dura, celebración mediante de las Hogueras, que se despedirán esta noche hasta el año que viene. El regusto es netamente amargo y muchos ya ven asomar las orejas de la trabada Segunda División B, que engancha y no suelta.

El equipo, el mismo que arrastró ayer a casi 30.000 personas al estadio, todavía espera tener una última bala para eludir el infierno del tercer escalón del fútbol español, que atrapa como nadie y en el que el Hércules ha pasado más tiempo del que nunca jamás imaginó.