El fútbol no debe favores, títulos ni ascensos a nadie, pero Alicante reclamó ayer su hueco en el profesionalismo desde bien temprano. A las doce del mediodía una moto recorrió ruidosa la avenida de Doctor Rico. A sus mandos, un hombre adulto, quizás ya entrado en los cincuenta. A su espalda, el nombre de Gabi Amato y el número 22. No había duda. Era día de partido. Las terrazas de los bares de la citada calle del barrio de San Blas ya iban cogiendo color. Blanquiazules y blanquirrojos. Más de medio millar de riojanos acompañaron a un Logroñés resucitado y que dio un buen susto al Hércules ayer.

Sobre las 17.00 la afición se movilizó a las puertas del Centro de Tecnificación para recibir a portagayola al autobús del equipo, traca incluida. Lo acompañó hasta el Rico Pérez en 100 metros atronadores, repletos de cánticos, bufandas al viento y un único rugido, el blanquiazul. No hubo distinciones, aficionados de todas las edades se congregaron en ese recibimiento que animó lo que minutos después sería el Rico Pérez.

A las 15 horas había comenzado el prólogo, otra paella gigante en el párking de Fondo Norte, como ya pasara siete días antes en la visita del Barakaldo. Hubo castillo hinchable para los más pequeños y un guiño premonitorio una hora antes, en la mascletá de Luceros, que se tiñó de humo blanquiazul en homenaje al equipo que congregó ayer a más de 18.000 espectadores en las gradas del estadio. Sólo un pequeño claro en Preferente impidió que el Rico Pérez presentara un lleno rotundo, a excepción de la Grada del Mundial, todavía sin abrir.

Ya sin las eternas colas del fin de semana pasado, el graderío entró en ebullición con el himno del Hércules, el de toda la vida. Entonces salió el equipo al césped y el ambiente rugió.

Planagumà recuperó su uniforme de verano y multitud de personalidades coparon de nuevo los lugares de privilegio; entre ellos, el empresario Quique Pina.

Ante las cámaras de Cuatro (el Hércules no era retransmitido en abierto por un canal nacional desde diciembre de 2016), los alicantinos no protagonizaron una salida tan intimidatoria como ante el Barakaldo. Hubo varios sustos en el primer tiempo, pero la mejor ocasión la tuvo Carlos con un cabezazo que repelió Buigues.

Al minuto de la reanudación un desconcierto entre Juanjo y Samuel pergeñó el 0-1 del Logroñés. Tras él, el Hércules aguantó con cierto decoro 10 minutos en estado de shock. De esa catatonía le sacó Carlos Martínez, con un cabezazo que esta vez sí encontró puerta. Entonces salió Chechu al campo tras varias semanas en el dique seco. Y el Rico Pérez se vino abajo ante su más fiel veterano de guerra, el único de la plantilla que vivió el primera año en el infierno de esta etapa.

Casualidad o no, el equipo despegó con el capitán sobre el campo y en siete minutos desarboló a un Logroñés de brazos caídos. Fue Alfaro, cambiado a la banda izquierda, quien revolucionó una eliminatoria que ya coge color blanquiazul. El extremo onubense hizo su primer gol en el Hércules tras revolverse impecablemente en el área. 2-1 y viento a favor. Después, culminó un contragolpe accidentado, pisó área y fue derribado. Penalti que ejecutó Carlos, tras negociar con Chechu.

Planagumà reconoció en rueda de prensa que cuando llegó en verano a Alicante imaginó algo parecido a lo que pasó ayer en la segunda parte: «Desde ahí abajo ha sido espectacular ver así el Rico Pérez». Aun así, comedido como de costumbre, no alzó las campanas al vuelo: «La eliminatoria está abierta, tenemos que ir a ganar sí o sí a Logroño».

El fútbol no tiene memoria, el tiempo coloca a los equipos por pura meritocracia, pero el Hércules y Alicante claman por cotas mayores.