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La importancia de llamarse Ernesto

Ernesto Llobregat padre y Ernesto Llobregat hijo defendieron al Hércules en más de 400 partidos

Ernesto padre perteneció al Hércules durante 11 temporadas.

Primavera de 1959. Vienen mal dadas en el Hércules. Veinticinco años después, el club se asoma al precipicio de la Tercera División. En ese cuarto de siglo los blanquiazules han hecho historia en el incipiente fútbol español, pero ahora toca jugársela a cara o cruz. Una eliminatoria, dos partidos. El Hércules, un Segunda que no quiere bajar; el rival, un Tercera que quiere subir. Dos candidatos: el Mestalla y el Alicante, que deberán enfrentarse antes entre ellos.

Los celestes, presididos por Amaro González, huelen sangre. Una oportunidad genial para sobrepasar al vecino que siempre le hizo sombra en la ciudad. Entre el fervor y las arengas para vencer al Mestalla y así llegar al duelo contra el Hércules, alguien alza la mano. «Si fuera posible, no me alineen en el hipotético partido contra el Hércules, no quiero ser partícipe de su hundimiento». Amaro González tuerce el gesto. «Si juego, haré tres penaltis», replica el futbolista en un gesto temerario, de amor incondicional a unos colores de los que había sido santo y seña durante 11 temporadas.

Era Ernesto Llobregat Mas (Alicante, 10-XI-1924), un todoterreno al que no le hizo falta llevar a cabo su órdago porque el Mestalla apeó al Alicante y después al Hércules. Pero ésa es ya otra historia. A Ernesto, nacido y criado en La Florida, lo capta el presidente del Hércules Miguel Alemany en la Copa San Pedro de 1946, jugando para el Betis, el equipo de su barrio, con el que gana dicho torneo. Entonces ya era jugador del Alicante, donde permanece cedido hasta diciembre del citado año.

Urquiri, entrenador blanquiazul, decide que es el momento del joven y lo recluta para el Hércules. Lo hace debutar en Bardín el día 15 ante el Zaragoza y Ernesto cierra la victoria (3-1) con el tercer gol. La primera página de una dilatada historia en el Hércules, con algún encontronazo, alegrías y un sinfín de anécdotas.

Probablemente la más rocambolesca le sucedería a Ernesto en el Viejo Zorrilla en febrero de 1948. El Hércules de Pina y Calsita y entrenado por Gaspar Rubio ha sido increpado continuamente por los jugadores del Valladolid por hablar entre ellos en valenciano. «¡Rusos!», les llaman en modo despectivo y el público blanquivioleta, caliente por ir perdiendo 1-2 a falta de diez minutos, les culpa de una muerte ocurida hace 12 años en Alicante, en plena Guerra Civil y de la que por supuesto nada tuvo que ver el Hércules ni ninguno de sus futbolistas. «¡Rojos, asesinos de José Antonio!», resuena en la grada.

Tal es el ambiente hostil que un disparo del local Lasala que sale fuera y entra en la portería tras rebotar en una valla es dado por válido. Empate a dos y ya llueve menos en Valladolid. Los jugadores del Hércules, absortos, protestan coléricamente al colegiado Casal Perea. «Ya sé que el gol no es válido, pero ¿qué quieres, que nos maten», le confiesa el árbitro vasco a Ernesto.

La 49/50 fue la única campaña que Ernesto no perteneció al Hércules entre 1946 y 1958. Como todo suceso, aquel fugaz paso por el Nàstic de Tarragona tuvo su intrahistoria. Ernesto terminaba contrato con el Hércules y, ante la ausencia de negociaciones, decide fichar a primeros de junio por el Murcia. El secretario técnico blanquiazul, Juan Antonio Mendoza, se entera del asunto y eleva el caso a la Federación Española alegando que el contrato de Ernesto con el Hércules expira el 30 de junio y no antes. Hay solución: anulado el traspaso al Murcia, multa al club pimentonero y al jugador, que no podrá jugar durante seis meses por duplicidad de ficha.

El entuerto lo arregla Agustín Pujol, directivo del Nàstic, entonces en Primera, y con poder en la Federación. Ernesto firma por el conjunto tarraconense y además solo cumplirá un par de partidos de castigo. Fue el final ideal porque Ernesto debutaría ese año en la máxima división nacional. En la jornada 3, tras el leve castigo, se estrena ante la Real Sociedad en un triunfo que él mismo certifica en el 88'. Sería de las pocas alegrías de un Nàstic que perdería la categoría ese curso. Billete de vuelta al Hércules.

Consumado como uno de los estandartes del Hércules de la época, Ernesto disputó más de 250 partidos de blanquiazul e hizo más de 40 goles, a pesar de no ser delantero. Su pundonor en el centro del campo y en la defensa le hicieron ganarse el favor del herculanismo, más aún con el ascenso a Primera de 1954, en el que participó activamente con nueve tantos en 38 partidos.

El cigarro que prohibió Rubio

Ernesto, fallecido en 2007, siempre recordó con una sonrisa el descanso de un Badalona-Hércules que terminó 3-4. «En el descanso perdíamos 2-1 y el delegado nos ofreció un cigarrilo para animarnos. El entrenador, Gaspar Rubio, lo echó del vestuario. Acabamos remontando ¡y sin cigarillo!».

Dejó el Hércules en 1958 y regresó al Alicante, pero terminó retirándose en el Novelda, aconsejado por su excompañero y amigo íntimo Pina, otra leyenda del Hércules. Tal fue su relación que Pina llamó a uno de sus hijos Ernesto.

La saga de los Llobregat encontró segunda parte en 1977. El hijo, Ernesto Llobregat Pérez, también conocido como Ernesto, sacó la cabeza en el cuarto año consecutivo del Hércules en Primera con Mesones en el banquillo.

Tardó en debutar con el primer equipo, lo hizo con casi 27 años, después de muchas cesiones a equipos de Preferente y Tercera (Santa Pola, Lorca, Albacete, Villena). Un año más tarde, en la 78/79 y con Benito Joanet en el banquillo, Ernesto encontró su sitio. Fue titular indiscutible en Primera División y permaneció en el Hércules hasta 1985, con el equipo nuevamente en Primera tras dos años en una categoría de plata en la que había ido perdiendo protagonismo.

Ernesto hijo, un fiero defensa central e incluso lateral que había sido internacional juvenil, disputó menos partidos que su padre como blanquiazul, pero dobló sus números en Primera División (106 en total). Ambos tienen el honor compartido con los Varela de ser los únicos padre e hijo que han jugado con el Hércules en Primera División. Además, los Llobregat fueron los únicos en capitanear a los blanquiazules en la máxima categoría.

A la hoja de servicios en el Hércules de Ernesto hijo todavía le faltaba un renglón más. A finales de la temporada 01/02, ya en Segunda B, el Hércules destituyó a Álvaro Pérez y nombró a Felipe Miñambres como nuevo entrenador. Un problema burocrático le impidió sentarse en el banquillo lo que restaba de Liga y el club recurrió a Ernesto, con carné de entrenador, para hacer la trampa.

Tras aquello, Ernesto se dedicó a entrenar a niños y ahora trabaja en el Psiquiátrico de Alicante. Su padre se jubiló como guardamuelles del Puerto. Dos vidas que escriben parte de la historia del Hércules.

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