Agosto de 1974. El Hércules saca pecho ante todo el país. Es equipo de Primera, acaba de inaugurar un estadio imponente y anuncia un fichaje de campanillas; el del guardameta argentino Pepé Santoro, integrante del combinado albiceleste del Mundial que ha finalizado apenas un mes atrás.

El portero, de 32 años y con una colección de títulos a sus espaldas que asusta, aterriza el 9 de agosto en el aeropuerto de Barajas. A su derecha, el intermediario Rafael Santos, que tenía órdenes expresas del dirigente herculano Manolo Calvo de llevarlo a Alicante para formalizar el contrato con el Hércules. A su izquierda, una retahíla de «buitres» de los clubes punteros españoles con el objetivo de redirigir su ruta antes de que estampara su firma con Rico Pérez. «Soy un hombre de palabra, ya había dicho que sí al Hércules», revela en la actualidad Santoro.

Antes de recalar en Alicante se había convertido en una auténtica leyenda del Independiente, donde había jugado más de 300 partidos desde 1961. Entre la multitud de títulos, sobresalían 4 Libertadores y la Intercontinental de 1973 ante la Juventus de Zoff, Gentile o Bettega. En el once «rojo», defendida por supuesto por Santoro, relucían un incipiente Bochini, Bertoni o el lateral Commisso, que también llegaría al Hércules un año más tarde.

Junto a otras incorporaciones de relumbrón (Barrios, Arieta, Quique, Juanito, Giuliano) el Hércules de Arsenio asombró al fútbol español con un dorado quinto puesto en su reaparición en Primera, quedando fuera de Europa únicamente por cuatro goles de diferencia. Atrás, Santoro y el paraguayo Humberto se turnaron indistintamente la portería (20 partidos de uno y 15 del otro), dejando a Lanas, el tercero en discordia, el curso en blanco.

En el Hércules Santoro alternó actuaciones soberbias con otras un tanto polémicas, sobre todo en alguna salida por alto no muy oportuna. Sin embargo, su caché al otro lado del charco y su reciente estancia mundialista hicieron que lo primero olvidara lo segundo.

Su aspecto arquetípico de arquero argentino (pelo ondulado, medias bajadas) contrastaba con la sobriedad con la que actuaba bajo palos. Un guardameta, según él mismo, «seguro, ganador y muy hablador». Formado como todo argentino en los potreros, destacó pronto por su colocación y la violencia con la que atajaba el balón. «Mi viejo era mecánico y yo trabajé con él, de tanto ajustar tornillos y laborar con hierros me di cuenta de que tenía mucha fuerza en los dedos y en las manos», explica el protagonista.

En Alicante, formó legión de argentinos con Giuliano, al que recomendó venir; Commisso; Varela y Saccardi. Tras su estancia en Alicante, regresó en 1977 a Independiente, donde volvió a ejercitarse bajo palos, hasta que le dijeron «qué bien te veo». «Entonces decidí que colgaba los guantes, entendí que pensaban que al tener 35 años había ido a robar dinero y no me gustó», cuenta un Santoro que se convertiría en el «bombero» oficial del club de sus amores al acudir como interino al banquillo cuando venían mal dadas. Algo similar a lo que durante años también haría su colega Humberto en Alicante. Después recogió el guante para enseñar a los porteros más jóvenes del Independiente en Avellaneda, cerca de donde hoy vive a sus 76 años.

«Me lo dejo»

Por tanto, su último partido como profesional fue en el Hércules, un enfrentamiento de agridulce recuerdo contra el Atlético en el que Rubén Cano le robó el balón nada más echarlo al suelo y marcó gol. «Claro que me acuerdo, se escondió tras los fotógrafos, menos mal que luego Rivera hizo el 2-1», recuerda.

Tras aquel fallo, aún sobre el césped del Rico Pérez, le gritó a Giuliano: «Me retiro del fútbol». Era todavía la jornada 26, pero ya no volvería a jugar más. Miguel Ángel Santoro volvió a cumplir su palabra.