No sé ustedes, pero un servidor lleva tres fines de semana manteniendo sus rutinas. Desde el gol de Juli al Ontinyent no me atrevo a variar un ápice mí día a día no sea que, incauto de mí, con ello desencadene un pliegue en el destino que nos haga volver de nuevo a los lunes de pasión. Desconozco qué cable hemos pisado en el universo blanquiazul, pero por Dios, ¡qué nadie se mueva! Es curioso que, a pesar de tener una formación científica que me hace caminar sensatamente por la vida ignorando la astrología, la homeopatía, la cienciología y hasta la lotería, toda esa certeza se vaya al garete cuando entra en liza el balón. Es sentir la cercanía de los puntos en juego y ya estoy contando baldosas.

Todo sea por mantener este estado, entre feliz y tontorrón, que provocan las victorias; te hacen sentir como un adolescente enamorado, y pasas el día ensimismado mirando en el móvil la clasificación mientras musitas por lo bajini: «chati, cuelga tú». Pero más allá de cábalas y neuras personales, sería injusto pensar que este renacer herculano es fruto de la casualidad. Últimamente en el club las cosas se están haciendo mejor. Les daré tres pinceladas que creo pueden servir de muestra.

Para empezar la plantilla, que ha sido diseñada por los profesionales sin injerencias más allá del propio presupuesto, claro está; la segunda tiene que ver con la afición, con la que se ha firmado un armisticio, derribando viejas trincheras y diseñando por fin, una campaña de abonos que al menos no echa más leña al fuego; y, la última, tiene que ver con la propia ciudad, con la que el club está recuperando esa sintonía que nunca se debió dejar marchitar, tendiendo puentes y estrechando lazos entre todos sus colectivos y estamentos, asumiendo de una vez por todas la certeza de que el Hércules debe estar plenamente imbricado en la sociedad que lo sustenta.

Unos le quitaran mérito a su labor, otros dirán que tiene una flor en salva sea la parte, pero es indudable que la gestión de Quique Hernández está consiguiendo lo que ya muy pocos creían posible: que en el Rico Pérez reine la concordia. Ahora le sucederá como al bueno de Cristóbal Colón, de oficio descubridor; después de hecha y vista la hazaña, cualquiera dirá que sabía cómo pergeñarla, pero la realidad es que nadie supo plantar el huevo hasta que llegó él.

La temporada no acaba más que empezar y sería muy atrevido para cualquiera aventurar un desenlace. Pero más allá de que finalmente logremos ese hito que supondría el ascenso -solo lo consiguen cuatro equipos de ochenta candidatos posibles-, una cosa parece indiscutible: al término de este curso futbolístico que recién empieza estaremos, por primera vez en mucho tiempo, un poco más cerca del club que queremos llegar a ser. Ya es oficial, el Hércules ha dejado de sobrevivir y vuelve de nuevo a caminar.

Larga vida a Hernández (?y deje de fumar, ¡insensato!).